ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de San Felipe Neri (1515-1595), "apóstol de Roma".
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de San Felipe Neri (1515-1595), "apóstol de Roma".


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 1,12-14

Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Los apóstoles ya no ven a Jesús junto a ellos, pero lo sienten realmente presente. Es más, es su presencia la que les reúne y su nombre les identifica. Son judíos a todos los efectos: van al templo, observan el sábado y cantan los salmos, pero aún así ya no son como antes. Conservan todas las tradiciones judías pero su corazón es ya el Evangelio. Ésta es la primera imagen de la comunidad cristiana que aparece en los Hechos de los Apóstoles. Como en una foto, se distingue claramente a cada uno de sus miembros. La comunidad cristiana no es un grupo anónimo, una asamblea de gente que no se conoce, un grupo en el que no sabe lo que hace el otro, y donde cada uno va por su cuenta. La comunidad de los creyentes en Jesús está compuesta por hermanos y hermanas que se llaman por su nombre. Lucas indica el nombre de cada uno de los apóstoles presentes: sólo falta Judas, el traidor. Es una ausencia que nos recuerda la fragilidad de cada uno se nosotros: tan sólo la fe en Jesús garantiza la pertenencia a la comunidad de los discípulos. Y la familiaridad con Jesús es la razón vital de esta familia que se reúne en su nombre. Se trata de una verdadera y propia familia: los discípulos tienen un Padre, el de los cielos, y una madre, la de Jesús, que está entre ellos. En esta familia singular todos están juntos y se ayudan mutuamente. Son verdaderamente distintos de como normalmente vive la gente en nuestras ciudades. Jesús les había enseñado a quererse, a ayudarse mutuamente y a ocuparse de los necesitados. Su fuerza nacía de la oración, no podían vivir fraternalmente sin ella. Por eso, escribe el autor de los Hechos, "perseveraban en la oración". La oración común tiene una fuerza especial, tal como Jesús había dicho cuando estaba con ellos: "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos". La oración es la primera y fundamental obra de los creyentes, la que los consolida en la unidad, haciendo de ellos "un solo corazón y una sola alma", y que les permite dar testimonio de la primacía de Jesús en nuestra vida. Jesús continúa siendo la fuente y la culminación de la vida de la comunidad cristiana y de todo discípulo. La vida del creyente gira enteramente alrededor del Señor que ha muerto y resucitado por nosotros y por el mundo entero.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.