ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 2,37-47

Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.» Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas. Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Las palabras del apóstol Pedro, penetrantes como la lengua de fuego que se había encendido sobre su cabeza, tocaron el corazón de los que escuchaban. Podemos comparar esta primera predicación de Pedro a la primera predicación de Jesús en Nazaret. Pedro, siguiendo el ejemplo de Jesús, predica con autoridad, no quiere asombrar sino cambiar el corazón de quien escucha. Y así sucede: los que le oyeron estaban "con el corazón compungido". Ese es el objetivo de la predicación: llegar hasta el corazón y atravesarlo, conmoverlo, interrogarlo, corregirlo, inquietarlo. El apóstol Pablo, más adelante, dirá que la Palabra de Dios es como una espada de doble hoja que penetra hasta lo más profundo del corazón. Los que escuchaban plantearon a Pedro inmediatamente la pregunta fundamental: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?". Esa es la pregunta que todos deberíamos hacer al Evangelio cada vez que lo escuchamos. De hecho, la Palabra de Dios llega a nosotros para que cambiemos, para seamos cada vez más similares al Señor Jesús. El apóstol les dice: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar". No propone un simple cambio moral, ni ser más buenos. No lo niega, pero pide algo mucho más elevado: un cambio profundo de uno mismo que lleve a la transformación de toda la sociedad. Para el apóstol el Evangelio es la levadura de una nueva sociedad, es la energía que lleva a concebir y a vivir de una manera nueva las relaciones entre los hombres. No tiene la pretensión de dictar un programa social ni la construcción de una sociedad cristiana. La pretensión del Evangelio es mucho más simple por un lado y mucho más profunda por el otro: la conversión del corazón de los hombres. Sí, el Evangelio trabaja en el interior del hombre, en su ser más profundo. Y empezando por cambiar el corazón puede empezar a cambiar también el mundo. Si no cambiamos nuestro corazón, invocamos en vano el cambio de la sociedad. ¡Cuántos equívocos han surgido de la convicción de poder cambiar el mundo reformando las estructuras! Sin cambiar nuestro corazón son vanos los esfuerzos por hacer el mundo más justo. Por eso Pedro pide a quienes lo escuchan: "Poneos a salvo de esta generación perversa". No se trata de abandonar el mundo, de dejar nuestras ciudades, aunque es cierto que hay experiencias cristianas de ese tipo. El apóstol invita a abandonar la cultura materialista que envenena la vida de los hombres y hace que sea injusta y violenta. Y pide que dejemos fermentar nuestro corazón por el Evangelio: es una semilla de amor de la que surge una nueva "societas", una nueva comunidad de hombres y de mujeres que participan en la victoria del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. La lucha entre el bien y el mal se libra en el corazón de cada hombre: de ahí, de la victoria sobre el corazón de cada uno, empieza una sociedad nueva. Es lo que sucede aquel día de Pentecostés al finalizar la primera predicación de Pedro. Los rasgos de esta nueva comunidad están bien delineados: escucha de las enseñanzas de los apóstoles, unión fraterna, fracción del pan y la oración, y repartición de los bienes. Es la descripción sintética, pero normativa, de toda comunidad cristiana de ayer y de hoy. Toda reforma de la Iglesia no puede no empezar por esta página de los Hechos: en ella se ve que la comunidad surge de la predicación apostólica.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.