ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los enfermos
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración por los enfermos


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 5,1-11

Un hombre llamado Ananías, de acuerdo con su mujer Safira, vendió una propiedad, y se quedó con una parte del precio, sabiéndolo también su mujer; la otra parte la trajo y la puso a los pies de los apóstoles. Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás llenó tu corazón para mentir al Espíritu Santo, y quedarte con parte del precio del campo? ¿Es que mientras lo tenías no era tuyo, y una vez vendido no podías disponer del precio? ¿Por qué determinaste en tu corazón hacer esto? Nos has mentido a los hombres, sino a Dios.» Al oír Ananías estas palabras, cayó y expiró. Y un gran temor se apoderó de cuantos lo oyeron. Se levantaron los jóvenes, le amortajaron y le llevaron a enterrar. Unas tres horas más tarde entró su mujer que ignoraba lo que había pasado. Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido en tanto el campo?» Ella respondió: «Sí, en eso.» Y Pedro le replicó: «¿Cómo os habéis puesto de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, aquí a la puerta están los pies de los que han enterrado a tu marido; ellos te llevarán a ti.» Al instante ella cayó a sus pies y expiró. Entrando los jóvenes, la hallaron muerta, y la llevaron a enterrar junto a su marido. Un gran temor se apoderó de toda la Iglesia y de todos cuantos oyeron esto.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia de Ananías y Safira hace surgir muchos interrogantes tanto en el plano histórico como en el espiritual. Sea como sea, muestra una dureza difícil de aceptar. En realidad, ojeando las Escrituras no son raras las páginas que nos parecen inaceptables. A pesar de todo, están ahí para enseñarnos la gravedad de las consecuencias. Jesús, por ejemplo, no suavizó en absoluto su discurso cuando, en la sinagoga de Cafarnaún, hablando de su carne como alimento verdadero, vio a los discípulos alejarse porque decían: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" (Jn 6, 60). Él no los detuvo y, dirigiéndose a los apóstoles, les dijo: "¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6, 67). Las páginas evangélicas contienen una radicalidad que no se puede eliminar. El autor de los Hechos explica que Ananías y Safira vendieron un terreno y llevaron a la comunidad sólo una parte del importe, quedándose el resto. El problema, no obstante, no radica en esta acción, sino más bien en haber mentido a Pedro, afirmando que habían entregado la suma entera. Tanto Ananías como Safira murieron al instante, uno primero y la otra después. La conclusión puede parecer exagerada respecto al pecado cometido. Pero no se trató de una típica mentira. La escena muestra una ejemplaridad que hay que tener en cuenta. Ananías y Safira, con su mentira, se oponían al Espíritu que animaba a la comunidad, haciendo morir así en ellos aquella vida nueva que habían recibido como un don. No era un simple incumplimiento, sino una separación del Espíritu de Dios. Los dos discípulos, indica el autor, no mintieron a los hombres sino al mismo Espíritu de Dios. Y eso les lleva inexorablemente a destruirse a sí mismos. Su muerte, pues, más que un castigo enviado por Dios, debe entenderse como la consecuencia triste a la que nos enfrentamos cuando hacemos prevalecer nuestros intereses por encima de los de Dios. Escriben los Hechos que la gente, viendo estos hechos, fue presa del temor. No se quiere sugerir que empezó entonces un clima de miedo en la comunidad. Sabemos que el fruto de la comunión es la paz, la alegría, el amor, como afirma en varias ocasiones Lucas. Lo que subrayan los Hechos es que todos deben estar atentos a custodiar la comunión que ha dado el Señor. Hay que custodiar con gran atención la unidad de la fraternidad, pues es fácil herirla con nuestros comportamientos egocéntricos. Y perseverar en la división lleva a la muerte.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.