ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

2Reyes 4,8-37

Un día pasó Eliseo por Sunem; había allí una mujer principal y le hizo fuerza para que se quedara a comer, y después, siempre que pasaba, iba allí a comer. Dijo ella a su marido: "Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene por casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga por casa, que se retire allí." Vino él en su día, se retiró a la habitación de arriba, y se acostó en ella. Dijo él a Guejazí su criado: "Llama a esta sunamita." La llamó y ella se detuvo ante él. El dijo a su criado: "Dile: Te has tomado todos estos cuidados por nosotros, ¿qué podemos hacer por ti?, ¿quieres que hablemos en tu favor al rey o al jefe del ejército?" Ella dijo: "Vivo en medio de mi pueblo." Dijo él: "¿Qué podemos hacer por ella?" Respondió Guejazí: "Por desgracia ella no tiene hijos y su marido es viejo." Dijo él: "Llámala." La llamó y ella se detuvo a la entrada. Dijo él: "Al año próximo, por este mismo tiempo, abrazarás un hijo." Dijo ella: "No, mi señor, hombre de Dios, no engañes a tu sierva." Concibió la mujer y dio a luz un niño en el tiempo que le había dicho Eliseo. Creció el niño y un día se fue donde su padre junto a los segadores. Dijo a su padre: "¡Mi cabeza, mi cabeza!" El padre dijo a un criado: "Llévaselo a su madre." Lo tomó y lo llevó a su madre. Estuvo sobre las rodillas de ella hasta el mediodía y murió. Subió y le acostó sobre el lecho del hombre de Dios, cerró tras el niño y salió. Llamó a su marido y le dijo: "Envíame uno de los criados con una asna. Voy a salir donde el hombre de Dios y volveré." Dijo él: "¿Por qué vas donde él? No es hoy novilunio ni sábado." Pero ella dijo: "Paz." Hizo aparejar el asna y dijo a su criado: "Guía y anda, no me detengas en el viaje hasta que yo te diga." Fue ella y llegó donde el hombre de Dios, al monte Carmelo. Cuando el hombre de Dios la vio a lo lejos, dijo a su criado Guejazí: "Ahí viene nuestra sunamita. Así que corre a su encuentro y pregúntale: ¿Estás bien tú? ¿Está bien tu marido? ¿Está bien el niño?" Ella respondió: "Bien." Llegó donde el hombre de Dios, al monte, y se abrazó a sus pies; se acercó Guejazí para apartarla, pero el hombre de Dios dijo: "Déjala, porque su alma está en amargura y Yahveh me lo ha ocultado y no me lo ha manifestado." Ella dijo: "¿Acaso pedí un hijo a mi señor? ¿No te dije que no me engañaras?" Dijo a Guejazí: "Ciñe tu cintura, toma mi bastón en tu mano y vete; si te encuentras con alguien no le saludes, y si alguien te saluda no le respondas, y pon mi bastón sobre la cara del niño." Pero la madre del niño dijo: "Vive Yahveh y vive tu alma, que no te dejaré." El pues, se levantó y se fue tras ella. Guejazí había partido antes que ellos y había colocado el bastón sobre la cara del niño, pero no tenía voz ni señales de vida, de modo que se volvió a su encuentro y le manifestó: "El niño no se despierta." Llegó Eliseo a la casa; el niño muerto estaba acostado en su lecho. Entró y cerró la puerta tras de ambos, y oró a Yahveh. Subió luego y se acostó sobre el niño, y puso su boca sobre la boca de él, sus ojos sobre los ojos, sus manos sobre las manos, se recostó sobre él y la carne del niño entró en calor. Se puso a caminar por la casa de un lado para otro, volvió a subir y a recostarse sobre él hasta siete veces y el niño estornudó y abrió sus ojos. Llamó a Guejazí y le dijo: "Llama a la sunamita." La llamó y ella llegó donde él. Dijo él: "Toma tu hijo." Entró ella y, cayendo a sus pies, se postró en tierra y salió llevándose a su hijo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En el pueblo de Sunén, en la región septentrional de Galilea, vive una pareja que acoge en su casa al profeta Eliseo con tanta generosidad que le preparar una habitación toda para él, para que pueda descansar cada vez que pasa por allí. Eliseo se sorprende de su generosidad totalmente gratuita. A la pregunta de Eliseo de qué quiere a cambio, la viuda contesta que no quiere nada para ella: "Yo vivo tranquila entre las gentes de mi pueblo". Es una respuesta que muestra una alma grande y generosa. Todavía hoy es raro oír una respuesta de este tipo: al contrario, todos nos apresuramos a acumular para nosotros mismos. La respuesta de aquella mujer se acerca a la gratuidad que se respira en las páginas evangélicas. Y es el siervo de Eliseo, Guejazí, el que sugiere al profeta que la recompense con el nacimiento de un hijo. Es una especie de invocación que los creyentes hacen para aquellos que lo necesitan. Y Eliseo promete a la mujer que tendrá un hijo, a pesar de su edad avanzada. El milagro se produce y aquella pareja tiene la alegría de un hijo. Pero el muchacho, después de haber crecido, muere por una insolación durante la siega. Frente a esta tragedia la mujer, sin explicar nada a su marido, corre a pedir ayuda al profeta. Y llega hasta el monte Carmelo, donde residía Eliseo. Es el monte en el que Elías había desafiado a los profetas de Baal afirmando la supremacía del Dios de Israel. Al llegar ante el profeta, la mujer se echa a sus pies y le presenta su dolor: "¿Pedí yo acaso a mi señor un hijo? ¿No te dije: ‘No me engañes’?". Eliseo quiere intervenir haciendo que su siervo Guejazí imponga su bastón -signo de la autoridad profética, como lo era el cayado de Aarón- sobre el rostro del joven. Pero la mujer insiste y el profeta se ve obligado a ir con ella. Al llegar a la casa donde está el niño, Eliseo realiza los mismos gestos que hizo Elías con el hijo de la viuda de Sarepta: se tumbó sobre su cuerpo, cubriéndolo todo, le insufló casi su espíritu y así le devolvió la vida. Es una historia que muestra la extraordinaria atención hacia aquel joven que había perdido la vida, y que sugiere todavía hoy la urgencia de preocuparnos por los muchos jóvenes que son engullidos por el mal y que pierden aquella vida que el Señor ha venido a dar. El conjunto de preocupación constante, de oración insistente, de proximidad física y de cariño atento indican el camino que todavía hoy es necesario recorrer para ayudar a los jóvenes a resucitar a una vida nueva.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.