ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 5,5-24

Entonces Ajior, general de todos los ammonitas, le dijo: «Escuche mi señor las palabras de la boca de tu siervo y te diré la verdad sobre este pueblo que habita esta montaña junto a la que te encuentras. No saldrá mentira de la boca de tu siervo. Este pueblo desciende de los caldeos. Al principio se fueron a residir a Mesopotamia, porque no quisieron seguir a los dioses de sus padres, que vivían en Caldea. Se apartaron del camino de sus padres y adoraron al Dios del Cielo, al Dios que habían reconocido. Por eso les arrojaron de la presencia de sus dioses y ellos se refugiaron en Mesopotamia, donde residieron por mucho tiempo. Su Dios les ordenó salir de su casa y marchar a la tierra de Canaán; se establecieron en ella y fueron colmados de oro, de plata y de gran cantidad de ganado. Bajaron después a Egipto, porque el hambre se extendió sobre la superficie de la tierra de Canaán, y permanecieron allí mientras tuvieron alimentos. Allí se hicieron muy numerosos, de modo que no se podía contar a los de su raza. Pero el rey de Egipto se alzó contra ellos y los engañó con el trabajo de los ladrillos, los humilló y los redujo a esclavitud. Clamaron a su Dios, que castigó la tierra de Egipto con plagas incurables. Los egipcios, entonces, los arrojaron lejos de sí. Dios secó a su paso el mar Rojo, y los condujo por el camino del Sinaí y Cadés Barnea. Arrojaron a todos los moradores del desierto, se establecieron en el país de los amorreos y aniquilaron por la fuerza a todos los jesbonitas. Pasaron el Jordán y se apoderaron de toda la montaña, expulsaron ante ellos al cananeo, al perizita, al jebuseo, a los siquemitas y a todos los guirgasitas, y habitaron allí por mucho tiempo. Mientras no pecaron contra su Dios vivieron en prosperidad, porque está en medio de ellos un Dios que odia la iniquidad. Pero cuando se apartaron del camino que les había impuesto, fueron duramente aniquilados por múltiples guerras, y deportados a tierra extraña; el Templo de su Dios fue arrasado y sus ciudades cayeron en poder de sus adversarios. Pero ahora, habiéndose convertido a su Dios, han vuelto de los diversos lugares en que habían sido dispersados, han tomado posesión de Jerusalén, donde se encuentra su santuario, y se han estabecido en la montaña que había quedado desierta. Así pues, dueño y señor, si hay algún extravío en este pueblo, si han pecado contra su Dios, y vemos que hay en ellos alguna causa de ruina, subamos y ataquémoslos. Pero si no hay iniquidad en esa gente, que mi señor se detenga, no sea que su Dios y Señor les proteja con su escudo y nos hagamos nosotros la irrisión de toda la tierra.» En acabando de decir Ajior todas estas palabras, se alzó un murmullo entre toda la gente que estaba en torno de la tienda, y los magnates de Holofernes y los habitantes de la costa y de Moab hablaron de despedazarle. «¡No tememos a los israelitas! No son gente que tenga fuerza ni vigor para un encuentro violento. ¡Subamos y serán un bocado para todo tu ejército, señor, Holofernes!»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Holofernes se pregunta quién es aquel pequeño pueblo que osa resistírsele. Ajior, un "general de todos los amonitas" (5, 5), pueblo que no tiene ninguna simpatía por Israel, conoce bien la historia de Israel, no sólo por haberla oído, sino por la experiencia de su pueblo, pero todo cuanto dice es inaceptable para Holofernes (y los que son como él), que lo toma por uno que está de parte de los israelitas. Podríamos decir que Ajior está en el bando equivocado: está con los impíos que desprecian al Señor, mientras que él, aun siendo pagano y luchando contra Israel, no lo es, porque reconoce la grandeza de su Señor. En definitiva, también existe una manera distinta de ser pagano y, en consecuencia, Israel tiene una manera distinta de relacionarse con ellos. Ajior será acogido y, experimentando luego en primera persona que el Señor Dios se ha convertido realmente en escudo de su pueblo con un medio tan frágil como la mano de una mujer, no puede sino abrirse a la fe plena. De él se afirmará: "Creyó en Dios firmemente" y, a pesar de la prohibición deuteronómica "quedó anexionado para siempre a la casa de Israel" (14, 10). Los caminos del Señor son diferentes de los de los hombres, al igual que los caminos de la fe. Y podemos preguntarnos también si, antes de la historia de Judit, Ajior, el pagano, conocía al Señor mejor que Ozías, el judío. No basta pertenecer físicamente, no son suficientes las repeticiones de ritos, para proclamarse creyente. El Espíritu del Señor obra de manera misteriosa en el corazón de los hombres. Lo que salva es la disponibilidad por acoger el amor que nos viene de las Alturas. Ajior explica a Holofernes que ni Nabucodonosor, con toda su fuerza, podrá derrotar el reino de Judá si Dios está con su pueblo. El Dios de Israel -afirma Ajior- no es como los dioses de las otras naciones. Y explica a Holofernes la historia de la relación entre Israel y Dios. Pero -a diferencia de la narración del Génesis- no sólo Abrahán abandona su tierra, sino que son todos los Padres, los que obedecen al Dios del cielo, rompiendo así con la tradición politeísta de los caldeos. Ajior, evita recordar el periodo monárquico, y condensa la historia de Israel en la liberación de la esclavitud de Egipto y en la infidelidad del pueblo con la consiguiente deportación. Ajior propone a Holofernes que averigüe si aquel pueblo ha sido fiel o no a Dios. En el caso de que haya sido infiel, es posible derrotarlo; de lo contrario, si ha permanecido fiel, es mejor no luchar contra él. El Dios del cielo lo protegerá y Holofernes caerá derrotado. En estas palabras se expresa la fe en el Dios de los judíos que es más grande que Nabucodonosor. Pero precisamente esta afirmación es la que hace caer en desgracia a Ajior frente a Holofernes. Es curioso que oigamos de boca de un amonita la profesión más alta y solemne de la omnipotencia del Dios de Israel. En las palabras de Ajior emerge claramente el enfrentamiento no entre dos ejércitos sino entre el maligno que quiere hacer creer al hombre que puede ocupar el lugar de Dios, y Dios que quiere defender a su pueblo. En realidad, en esta lucha emerge el hilo conductor que atraviesa toda la historia humana: la lucha entre el príncipe del mal y Dios. En ese contexto, el ejército del Dios de Israel tiene como única arma la oración. Por eso, si tenemos fe en Dios, basta una mujer para derrotar al más grande ejército jamás visto sobre la tierra.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.