ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Nunzia, discapacitada mental que murió en Nápoles, y de todos los discapacitados mentales que se han dormido en el Señor.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Nunzia, discapacitada mental que murió en Nápoles, y de todos los discapacitados mentales que se han dormido en el Señor.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit 16,1-17

¡Alabad a mi Dios con tamboriles, elevad cantos al Señor con címbalos, ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza, ensalzad e invocad su Nombre! Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,
porque en sus campos, en medio de su pueblo
me arrancó de la mano de mis perseguidores. Vinieron los asirios de los montes del norte,
vinieron con tropa innumerable;
su muchedumbre obstruía los torrentes,
y sus caballos cubrían las colinas. Hablaba de incendiar mis tierras,
de pasar mis jóvenes a espada,
de estrellar contra el suelo a los lactantes,
de entregar como botín a mis niños
y de dar como presa a mi doncellas. El Señor Omnipotente
por mano de mujer los anuló. Que no fue derribado su caudillo
por jóvenes guerreros,
ni le hirieron hijos de Titanes,
ni altivos gigantes le vencieron;
le subyugó Judit, hija de Merarí,
con sólo la hermosura de su rostro. Se despojó de sus vestidos de viudez,
para exaltar a los afligidos de Israel;
ungió su rostro de perfumes, prendió con una cinta sus cabellos,
ropa de lino vistió para seducirle. La sandalia de ella le robó los ojos,
su belleza cautivóle el alma
¡y la cimitarra atravesó su cuello! Se estremecieron los persas por su audacia,
se turbaron los medos por su temeridad. Entonces clamaron mis humildes, y ellos temieron;
clamaron mis débiles y ellos quedaron aterrados;
alzaron su voz éstos, y ellos se dieron a la fuga. Hijos de jovenzuelas los asaetearon,
como a hijos de desertores los hirieron,
perdieron en la batalla contra mi Señor. Cantaré a mi Dios un cantar nuevo:
«¡Tú eres grande, Señor, eres glorioso,
admirable en poder e insuperable!» Sírvante a ti las criaturas todas,
pues hablaste tú y fueron hechas,
enviaste tu espíritu y las hizo,
y nadie puede resitir tu voz. Pues los montes, desde sus cimientos,
serán sacudidos con las aguas;
las rocas en tu presencia
se fundirán como cera;
pero con aquellos que te temen,
te muestras tú siempre propicio. Porque es muy poca cosa
todo sacrificio de calmante aroma,
y apenas es nada la grasa
para serte ofrecida en holocausto.
Mas quien teme al Señor
será grande para siempre. ¡Ay de las naciones
que se alzan contra mi raza!
El Señor Omnipotente les dará el castigo
en el día del juicio.
Entregará sus cuerpos al fuego y a los gusanos,
y gemirán en dolor eternamente.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Judit va a la cabeza de su pueblo que finalmente ha comprendido la centralidad de Jerusalén, la ciudad que el Señor había elegido como su sede. Judit ofrece al Señor todo lo que había recibido del botín de Holofernes y también las colgaduras que llevaba como signo de su integridad (cfr. 15, 1-14). Lo ofrece todo y conserva íntegro su propósito de confiarse sólo a él, "ella no tuvo relaciones con ningún hombre en toda su vida" (16, 22), a pesar de que recibe una larga vida como bendición del Señor. Lo ofrece todo y llega al máximo de expropiación, de desposesión, devolviendo la libertad a la sierva que había compartido con ella el riesgo y el ansia de aquella empresa: seguramente era la sierva preferida; Judit, en su grandeza de corazón no se queda para ella ni siquiera a la sierva (cf. 16,23). Siguiendo una costumbre de la época, las mujeres cantan y bailan en honor de Judit que ha vencido, pero Judit sabe que quien salva es el Señor. Por eso se pone ella en cabeza y guía la danza elevando una alabanza al Señor, "exterminador de guerras" (16, 2); Él "anuló" a los enemigos, que "se dieron a la fuga" para no volver más. En las palabras del cántico emerge la alegría de Judit que es compartida por todo el pueblo de Israel, y aún más, a toda la creación. En la victoria alcanzada por Judit no termina sólo el choque entre Judit y Holofernes; en realidad se entrevé la victoria definitiva de la potencia de Dios sobre la potencia del mal. Este último -como se ha visto a lo largo del libro, especialmente en los primeros capítulos- dispone de medios ilimitados y tiene aliados en todas las naciones, mientras que de parte de Dios sólo hay un pueblo desarmado, una mujer viuda, débil y sola, pero que vence al poder del mal. El cántico de Judit recuerda al cántico de Moisés tras el paso del Mar Rojo, pero su dimensión es también más amplia y abarca a toda la historia de la salvación que aquí se ve ya en parte hecha realidad. Judit es el símbolo de la nación, pero diciendo de ella que era "hija de Merarí", el autor sacro parece querer subrayar que no es sólo un símbolo sino una mujer concreta, que aun estando sola y siendo tan débil, se convierte en instrumento de la acción de Dios. Es la concreción de hombres y mujeres creyentes que en la debilidad de la fe encuentran la fuerza de renovar el mundo derrotando a los poderosos: "Entonces clamaron mis humildes, y ellos temblaron de miedo; clamaron mis débiles, y ellos quedaron aterrados" (16, 11). El cántico canta a Dios creador: no sólo el Dios de la historia del pueblo de Israel sino el Dios creador que recupera el dominio de la creación. El choque entre el bien y el mal adquiere dimensiones cósmicas. La victoria última de Dios será una renovación de toda la creación, que será renovada y, como escribirá el Apocalipsis, habrá "un cielo nuevo y una tierra nueva". Los que se oponen al diseño salvífico de Dios serán duramente castigados el día del juicio. De hecho, el cántico termina con la visión de una condena. El cántico de Judit es uno de los más grandes de todo el Antiguo Testamento: expresa la victoria definitiva de Dios sobre el mal a través de la debilidad de sus hijos. Judit, que representa a todo el pueblo de Israel, nos permite entrever a María y a la Iglesia, ambas llamadas a luchar para que los hombres sean liberados de toda esclavitud y puedan alcanzar la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.