ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los santos y de los profetas

Fiesta de la natividad de María, madre del Señor La tradición franciscana recuerda hoy la visita de paz que hizo Francisco a Damieta para ver al sultán Malek-al-Kamel. Oración para que surjan trabajadores de paz y de diálogo.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas

Fiesta de la natividad de María, madre del Señor La tradición franciscana recuerda hoy la visita de paz que hizo Francisco a Damieta para ver al sultán Malek-al-Kamel. Oración para que surjan trabajadores de paz y de diálogo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 6,20-26

Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados.
Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis. Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegráos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo. Pues de ese modo trataban sus padres a los profetas. «Pero ¡ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que reís ahora!, porque tendréis aflicción
y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El evangelista introduce en este punto el gran discurso de Jesús sobre las bienaventuranzas. Jesús tiene frente a sus ojos a aquella muchedumbre que espera de él una palabra verdadera. Y Jesús habla inmediatamente. No pronuncia un discurso abstracto. Describe para aquella muchedumbre su camino de felicidad. No es el mismo camino que el mundo indica a los hombres y a las mujeres, un camino que a menudo se revela falaz y engañoso. Jesús no gasta muchas palabras. Le bastan cuatro. Cuatro bienaventuranzas, bien delimitadas y claras. Anuncia a los pobres, a los hambrientos, a los abandonados y a los sedientos de justicia que Dios ha decidido estar a su lado. Su proximidad y la de los discípulos será para ellos el signo de una gran alegría, pues si hasta ahora estaban excluidos de la vida, ahora serán los privilegiados, los preferidos de Dios. Por eso son "bienaventurados". Su bienaventuranza, su felicidad, no proviene de su triste y precaria situación de vida. En efecto, no es hermoso ser pobre, ni estar afligido, ni tener hambre, ni ser insultado. Ellos son bienaventurados porque Dios ha decidido estar con ellos antes que con los demás. Eso es lo que muestra Jesús. A nosotros, los creyentes, se nos confía la gravísima y fascinante tarea de hacerles sentir el amor privilegiado de Dios como hizo Jesús durante toda su vida. Los ricos, los que están saciados, los fuertes, deben estar atentos porque para ellos es más difícil ser feliz. Con cuatro "ay de vosotros" Jesús nos advierte de que no busquemos la bienaventuranza en el amor por nosotros mismos y por las riquezas.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.