ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Memoria de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación).
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Memoria de los estigmas de san Francisco. Francisco se hace similar al Señor y recibe en el monte de la Verna los signos de las heridas de Jesús. Los judíos celebran el Yom Kipur (día de la expiación).


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ester 1,4-19; 2,2-8.17

Les hizo ver la riqueza y la gloria de su reino y del magnífico esplendor de su grandeza durante muchos días, durante 180 días. Cumplido aquel plazo, ofreció el rey a todos los que se hallaban en la ciudadela de Susa, desde el mayor al más pequeño, un banquete de siete días en el patio del jardín del palacio real. Había colgaduras de lino fino, de lana y de púrpura violeta, fijadas, por medio de cordones de lino y púrpura, en anillas de plata sujetas a columnas de mármol blanco; lechos de oro y plata sobre un pavimento de pórfido, mármol, nácar y mosaicos. Se bebía en copas de oro de formas diversas y el vino ofrecido por el rey corría con regia abundancia. Cuanto a la bebida, a nadie se le obligaba, pues así lo había mandado el rey a los oficiales de su casa, para que cada cual hiciese lo que quisiera. También la reina Vastí ofreció un banquete a las mujeres en el palacio del rey Asuero. El día séptimo, alegre por el vino el corazón del rey, mandó a Mehumán, a Bizzetá, a Jarboná, a Bigtá, a Abagtá, a Zetar y a Karkás, los siete eunucos que estaban al servicio del rey Asuero, que hicieran venir a la reina Vastí a presencia del rey, con diadema real, para que vieran las gentes y los jefes su belleza, porque, en efecto, era muy bella. Pero la reina Vastí se negó a cumplir la orden del rey transmitida por los eunucos; se irritó el rey muchísimo y, ardiendo en ira, llamó a los sabios entendidos en la ciencia de las leyes, pues los asuntos reales se discuten en presencia de los conocedores de la ley y el derecho; hizo, pues, venir a Karsená, Setar, Admatá, Tarsis, Meres, Marsená y Memukán, los siete jefes de los persas y los medos que eran admitidos a la presencia del rey y ocupaban los primeros puestos del reino, y les dijo: "¿Qué debe hacerse, según la ley, a la reina Vastí, por no haber obedecido la orden del rey Asuero, transmitida por los eunucos?" Respondió Memukán en presencia del rey y de los jefes: "La reina Vastí no ha ofendido solamente al rey, sino a todos los jefes y a todos los pueblos de todas las provincias del rey Asuero. Porque se correrá el caso de la reina entre todas las mujeres y hará que pierdan estima a sus maridos, pues dirán: "El rey Asuero mandó hacer venir a su presencia a la reina Vastí, pero ella no fue." Y a partir de hoy, las princesas de los persas y los medos, que conozcan la conducta de la reina, hablarán de ello a los jefes del rey y habrá menosprecio y altercados. Si al rey le parece bien, publíquese, de su parte, e inscríbase en las leyes de los persas y los medos, para que no sea traspasado, este decreto: que no vuelva Vastí a presencia del rey Asuero. Y dé el rey el título de reina a otra mejor que ella. Dijeron los cortesanos que estaban al servicio del rey: "Que se busquen para el rey jóvenes vírgenes y bellas. Nombre el rey inspectores en todas las provincias de su reino para que reúnan en la ciudadela de Susa, en el harén, a todas las jóvenes vírgenes y bellas, bajo la vigilancia de Hegué, eunuco del rey, encargado de las mujeres, y que él les dé cuanto necesiten para su adorno, y la joven que agrade al rey, reinará en lugar de Vastí." Le pareció bien al rey y así se hizo. Había en la ciudadela de Susa un judío, llamado Mardoqueo, hijo de Yaír, hijo de Semeí, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín. Había sido deportado de Jerusalén con Jeconías, rey de Judá, en la deportación que hizo Nabucodonosor, el rey de Babilonia. Tenía en su casa a Hadassá, es decir, Ester, hija de un tío suyo, pues era huérfana de padre y madre. La joven era hermosa y de buen parecer, y al morir su padre y su madre, Mardoqueo la adoptó por hija. Cuando se proclamó la orden y el edicto del rey, fueron reunidas muchísimas jóvenes en la ciudadela de Susa, bajo la vigilancia de Hegué; también Ester fue llevada al palacio real y puesta bajo la vigilancia de Hegué, encargado de las mujeres. y el rey amó a Ester más que la otras mujeres; halló ella, en presencia del rey, más gracia y favor que ninguna otra virgen y el rey colocó la diadema real sobre la cabeza de Ester y la declaró reina, en lugar de Vastí.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Empezamos hoy la lectura del libro de Ester con algunos pasajes seleccionados. El autor sacro abre el libro con la descripción de la grandiosidad del reino de Asuero que se manifiesta con dos extraordinarios banquetes. El primero lo ofrece el rey a los otros poderosos, y el segundo es para todo el pueblo de Susa. Pero todo ese alarde de potencia quedó humillado cuando la reina Vastí se negó a aceptar la invitación del rey de mostrarse desceñida frente a los invitados, ya ebrios, al finalizar el banquete. Todos los comensales se unen a la indignación del rey por dicha negación y le aconsejan que repudie a Vastí quitándole el rango de reina. Hay que admirar a Vastí, sin duda, por negarse a presentarse como una mujer que sólo es objeto de diversión, costumbre que, por desgracia, todavía continúa en la actualidad. Sorprende gratamente la valentía de la reina de oponerse a esta estúpida costumbre, aunque pueda costarle el repudio del rey. Asuero, efectivamente, la destituye rápidamente y pide que le traigan de inmediato a otras jóvenes para elegir a una nueva reina. Entre las muchas jóvenes elegidas "también Ester fue conducida al palacio real" (2, 8). Ester es una joven judía huérfana de la que Mardoqueo (un judío deportado de Jerusalén con un modesto cargo en la corte) había asumido la tutela. Mardoqueo no se opone a la petición del rey, pero ordena a Ester que no diga nada sobre su origen judío. La belleza de la joven fascina al rey. No era una belleza sólo exterior, ya que "se ganaba el favor de cuantos la veían" (2, 15). Cuando llegó su turno: "Al rey -indica el autor- le gustó Ester más que las otras mujeres; halló ella, ante el rey, más gracia y favor que ninguna otra doncella" (2, 17). Y de ese modo se convirtió en reina. El rey ratificó públicamente su decisión con un gran banquete, y para la ocasión concedió un día de descanso y tal vez una condonación de impuestos. Esta historia que puede parecerse a muchas otras, en realidad es obra de la mano del Señor que vela y actúa para salvar a su pueblo. El rey quiere utilizar la "belleza" de la reina para sus objetivos de poder y de placer; pero la "verdadera" belleza de Ester es mucho más profunda que la que ve el rey: es la belleza de la misión que Dios le ha asignado, es decir, liberar a su pueblo de las tramas del mal que se estaban urdiendo en la corte. Aunque el Señor no se nombra en el libro, se percibe claramente su mano que guía la historia. La presencia del Señor es una especie de hilo conductor que atraviesa toda la narración. Es la mano del Señor, la que guía el rechazo de Vastí y la obra de Ester. Vastí desenmascara la "debilidad" de quien está "ebrio" de sí mismo y de sus placeres, y Ester muestra la fuerza de Dios que vela por su pueblo, para que no sea destruido por los ataques del mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.