ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ester 4,17

Se alejó Mardoqueo y cumplió cuanto Ester le había mandado.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El texto griego, que es posterior al judío, añade al ayuno del pueblo judío las largas oraciones de súplica de Mardoqueo y de Ester. La oración de Mardoqueo es una profesión de fe objetiva, casi impersonal, si no estuviera seguida por una referencia autojustificativa: "…gustoso besaría las plantas de sus pies por la salvación de Israel. Pero yo lo hice por no rendir gloria a un hombre por encima de la gloria de Dios…" (4, 17d-e). La oración de Ester es más rica y personal: incluye aquella actitud, propia del pueblo judío en sus mejores momentos, que frente al enemigo no dice sólo "líbranos" sino que también reconoce: "nosotros hemos pecado". La presencia del enemigo es una corrección, una alusión a una fe plena que el pueblo de Israel había descuidado porque se había dejado arrastrar por el bienestar. Por otra parte Ester, orando, alterna el singular y el plural: "emerge" del pueblo cuando se refiere a la tarea que es específicamente suya de presentarse al rey, tarea para la cual siente gran soledad, debilidad y angustia; al mismo tiempo "se identifica" en el pueblo como su portavoz cuando se trata de suplicar la liberación de los enemigos para la gloria del Señor y la defensa de su herencia. También ella se presenta al Señor de manera particular, como reina a pesar suyo y no partícipe de las ventajas de su rol, como si de ese modo se convirtiera en mejor instrumento y la dispusiera mejor a centrarse en el Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.