ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ester 5,1-5

Al tercer día, se revistió de reina. Franqueando todas las puertas, llegó hasta la presencia del rey; estaba el rey sentado en el trono real, y alzando su rostro, en dulzura, y tomando el rey el cetro de oro, lo puso sobre el cuello de Ester. El rey le preguntó: "¿Qué sucede, reina Ester? ¿Qué deseas? Incluso la mitad del reino te será dada." Respondió Ester: "Si al rey le place, venga hoy el rey, con Amán, al banquete que le tengo preparado." Respondió el rey: "Avisad inmediatamente a Amán para que se cumpla el deseo de Ester." El rey y Amán fueron al banquete preparado por Ester,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ester se prepara para presentarse ante el rey y el texto judío subraya sólo sus andares de reina: la expresión judía se podría traducir como "se revistió de realeza", indicando así no sólo el vestido sino la conciencia de ser reina. Ester es prevenida, totalmente responsable, atenta a los intereses del reino (cf. cap. 7), hermana de su pueblo, no piensa en ella, no busca privilegios, se da, se expone por los demás. El texto griego (indicado con letras alfabéticas), en cambio, acentúa la belleza de Ester y el esplendor del rey y convierte el encuentro en un choque dramático de dos rayos y de los sentimientos que producen. En última instancia el rey extiende su cetro y salva a Ester, que le invita a un banquete para él y para el poderoso Amán. Para la redacción judía es suficiente que el rey acoja a Ester para dar a entender que la salvación de los judíos pasará a través de ella, convertida en reina para eso: el Señor está presente en la sucesión de acontecimientos, incluida la simpatía que el rey tiene hacia Ester; basta una indicación para volver a las palabras de Mardoqueo (cf. 4,13-14). El texto griego, en cambio, subraya los sentimientos que impulsan tanto a Ester como al rey y la acción directa de Dios. Ester ya no es la reina fuerte y decidida sino una mujer emotiva que no resiste a la tensión del momento. Ester parece muy astuta pero necesita la ayuda del Señor. El rey se conmueve por la débil ternura de la reina, la toma en brazos y la salva. La verdadera belleza de Ester está en la conciencia de ser responsable no sólo de sí misma, sino también de su pueblo. Es el vértice de la realeza del hombre y de la mujer a los que el Señor ha confiado el "dominio" del universo. El vértice de la realeza del hombre y de la mujer se muestra cuando no la viven para sí mismos sino para todos. El texto griego insiste: Ester parece estar deslumbrada frente a la "gloria" del rey, que no es sólo esplendor externo, sino el peso, el alcance de su poder real, un poder de vida y de muerte que también suscita terror, aunque esta vez el rey se presenta a Ester como un "ángel" de vida y con un rostro luminoso mientras se vuelve hacia una actitud de benevolencia y misericordia. Ester casi descubre en él la manifestación (el término utilizado es epiphaneia) de Dios. Frente al miedo de Ester, el rey dice: "Yo soy tu hermano…", expresión que en boca de un hombre dos veces "señor" (es marido y rey), no puede sino ser consecuencia de la sugerencia del Señor, que quiere la vida y no la muerte de los pueblos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.