ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 2,12-17

Al Ángel de la Iglesia de Pérgamo escribe: Esto dice el que tiene la espada aguda de dos filos. Sé dónde vives: donde está el trono de Satanás. Eres fiel a mi nombre y no has renegado de mi fe, ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue muerto entre vosotros, ahí donde habita Satanás. Pero tengo alguna cosa contra ti: mantienes ahí algunos que sostienen la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balaq a poner tropiezos a los hijos de Israel para que comieran carnes inmoladas a los ídolos y fornicaran. Así tú también mantienes algunos que sostienen la doctrina de los nicolaítas. Arrepiéntete, pues; si no, iré pronto donde ti y lucharé contra ésos con la espada de mi boca. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La tercera carta es para la Iglesia de Pérgamo, situada a unos cien quilómetros de Esmirna. La ciudad era conocida por su famosa biblioteca. Pero también tenía varios templos dedicados a distintas divinidades griegas, entre las que figuraban un santuario a Asclepio, dios de los enfermos, y un templo para el culto al emperador Augusto (el apóstol dice que en la ciudad "habita Satanás"). Pero a pesar de estas presencias idólatras, la comunidad cristiana de Pérgamo no había renegado de su fe; más bien al contrario, había testimoniado con valentía su fidelidad a Jesús. A menudo, en cambio, los creyentes ceden al compromiso con los muchos ídolos que propone el mundo. No hizo lo mismo Antipas, obispo de la ciudad que, según los actos de su martirio redactados con posterioridad, fue obispo de Pérgamo y, durante el imperio de Domiciano fue quemado vivo en un toro de bronce incandescente. En realidad, se había insinuado en la comunidad la doctrina de los nicolaítas, ya evocada en la carta a la iglesia de Éfeso (2, 6). Esta degeneración religiosa es comparada con la "doctrina de Balaán", el mago convocado por el rey de Moab, Balaq, para maldecir a los judíos que marchaban por su territorio hacia la tierra prometida (Nm 22-24). Éste se convirtió en causa de tentación para Israel (Nm 31, 15-16): le hizo rendir cultos idólatras contaminando así la pureza de la fe con la práctica de ritos paganos. Jesús llama a la comunidad de Pérgamo a la pureza de la fe evangélica. Y añade: quien conserva la radicalidad del amor, quien no cede al compromiso con el mundo, recibirá del cielo el "maná escondido", es decir, gozará del alimento santo en el camino de la vida y recibirá una "piedrecita blanca" en la que hay grabado un nombre nuevo. Es la nueva vocación que el Evangelio da a cada discípulo. Eso es lo que le sucedió a Simón cuando, en Cesarea de Filipo, tras su confesión de fe, oyó a Jesús que le decía: "Tú eres Pedro". Aquel día Simón recibió la vocación de ser "piedra" para sus hermanos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.