ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 6,9-17

Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: «¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?» Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco, hasta que se completara el número de sus consiervos y hermanos que iban a ser muertos como ellos. Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello, se produjo un violento terremoto; y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un viento fuerte; y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos; y los reyes de la tierra, los magnates, los tribunos, los ricos, los poderosos, y todos, esclavos o libres, se ocultaron en las cuevas y en las peñas de los montes. Y dicen a los montes y las peñas: «Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero. Porque ha llegado el Gran Día de su cólera y ¿quién podrá sostenerse?»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Cordero continúa abriendo los sellos, es decir, continúa revelando el sentido profundo de la historia humana. Al abrir el quinto sello aparecen los mártires, es decir, aquellos que han sido "degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron". Están "debajo del altar", al lado de Jesús. Tal vez a causa de esta escena, en las antiguas basílicas cristianas se construía el altar sobre el lugar en el que estaban sepultados los cuerpos de los mártires y, todavía hoy, en cada altar hay reliquias de santos y mártires. En el libro del Génesis, cuando Abel es asesinado por Caín, el propio Señor dice: "se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo". Al oír estas palabras vienen a la memoria los millones de mártires del siglo XX, obispos, sacerdotes, religiosos, fieles de todo tipo, pertenecientes a las distintas confesiones cristianas, que dieron su testimonio hasta el derramamiento de la sangre. Su voz llega hasta el altar del cielo. Y aunque mayoritariamente nosotros los hayamos ignorado, el Señor los ha escuchado. Su sangre no permitió que la historia humana del siglo XX cayera definitivamente en el ataúd del Mal y de la muerte. Ellos están ante nuestros ojos e iluminan nuestros pasos. Nos recuerdan que el "martirio", es decir, "dar la vida por los demás", es la sustancia del Evangelio y, por tanto, de la vida del discípulo. Su testimonio ha hecho a la Iglesia de finales del segundo milenio nuevamente mártir como la del inicio del primer milenio. Su canto es una gran invocación universal para que el mundo entero se convierta y abandone la violencia y emprenda el camino de la paz, cambie la indiferencia por amor, la injusticia por misericordia y el odio por perdón. Si no sucede eso, el sexto sello muestra las consecuencias que se derivan sobre la creación y especialmente sobre los artífices de la violencia: habrá terremotos, eclipses solares, la luna se pondrá roja, las estrellas caerán, el cielo se tambaleará y los montes y las islas no se sostendrán sobre sus cimientos. Nadie, ni siquiera los cargos públicos, podrá protegernos de la irrupción de la justicia de Dios que ilumina meridianamente todo rincón oscuro de la vida. En vano gritarán pidiendo ayuda y defensa. El "gran día", el día de la intervención de Dios en la historia, que cantaban los profetas (Amós 5, 16-20), ya llega. Es el "día de la ira" no sólo de Dios sino también del Cordero, "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29). También Cristo revela su rostro de juez severo. El apóstol se pregunta: ¿quién podrá sostenerse? El Evangelio de Mateo nos dice que se sostendrá sólo aquel que se ha imbuido de amor. Este oirá como el Señor le dice: "Tenía sed y me diste de beber".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.