ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 7,9-17

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritan con fuerte voz: «La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero.» Y todos los Ángeles que estaban en pie alrededor del trono de los Ancianos y de los cuatro Vivientes, se postraron delante del trono, rostro en tierra, y adoraron a Dios diciendo: «Amén. Alabanza, gloria, sabiduría,
acción de gracias, honor, poder y fuerza,
a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.» Uno de los Ancianos tomó la palabra y me dijo: «Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?» Yo le respondí: «Señor mío, tú lo sabrás.» Me respondió: «Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero. Por esto están delante del trono de Dios, dándole culto día y noche en su Santuario; y el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos. Ya no tendrán hambre ni sed; ya nos les molestará el sol ni bochorno alguno. Porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A ojos de Juan se abre una tercera visión. La comunidad del antiguo Israel es sustituida ahora por una muchedumbre inmensa, inacabable, universal. Mientras que el Israel de Dios había sido censado meticulosamente, tribu por tribu, de esta muchedumbre "que nadie podía contar" sólo se describe su totalidad planetaria: los que la integran pertenecen a todos los pueblos de la tierra. Con esta visión Juan manifiesta el gran plan de Dios para la vida de los hombres: es la Iglesia universal que es signo e instrumento de la unidad de todo el género humano. Primero Israel y ahora la Iglesia son el instrumento elegido por Dios para reunificar a los pueblos de la tierra en una misteriosa pero real unidad. Por eso la Iglesia no puede vivir para sí misma. El Señor quiso que fuera levadura de unidad para el mundo entero. Esa es tarea de toda la Iglesia y también de toda comunidad cristiana e incluso de cada discípulo. Todos somos llamados a llevar a cabo este plan universal de salvación para los pueblos de la tierra. Se abre delante nuestro la cohorte de discípulos de Jesús: "vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos" (Mt 8, 11), como dijo Jesús. Sí, esos están de pie delante de Dios y de Cristo, con vestiduras blancas y con una palma en la mano, como para una gran fiesta real: han sufrido persecuciones, se sacrificaron sin preocuparse por ellos y ahora están en la gloria. Delante del trono divino llevan a cabo el culto perfecto, aquella eterna liturgia de alabanza como sucedía en el templo de Sión. Desde lo alto del trono, el Señor extiende sobre ellos su tienda santa, transformando así aquella comunidad de elegidos en su templo vivo, en el que él se revela y está presente (v. 15). En el prólogo del cuarto Evangelio es el Verbo, el que pone su tienda entre los hombres a través de su carne (Jn 1, 14); ahora es todo el pueblo mesiánico, el que se convierte, como Cristo, en templo de Dios. Dice Pablo: "¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" (1 Co 3,16). La vida de los salvados ya es plena: "No tendrán hambre ni sed, ni les dará el bochorno ni el sol, pues el que tiene piedad de ellos los conducirá, y a manantiales de agua los guiará" (49, 10). Nosotros, que todavía peregrinamos por la tierra, ya podemos disfrutar esta plenitud cada vez que acogemos el dominio de Dios en nuestra vida.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.