ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 12,1-6

Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada 1.260 días.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

En esta página Juan presenta el tema central del Apocalipsis: la encarnación del Hijo de Dios, muerto y resucitado. La mujer vestida de sol, con la luna a los pies, con una corona de doce estrellas sobre la cabeza, es la nueva Eva. Es María, figura de Israel y de la Iglesia. Ella fue preseleccionada por Dios para guardar Su misterio, su presencia. Ella engendró al Salvador, al Emmanuel, al "gran signo" que Dios da a los hombres. En realidad la intención prioritaria de Juan es personificar en la mujer al pueblo de Dios, la Iglesia, en cuyo interior fue engendrado el Mesías (las doce tribus de Israel). Y el niño que fue engendrado es Jesús. Pero, mientras la mujer está a punto de dar a luz, irrumpe ante ella un enorme dragón rojo dispuesto a devorar al Niño acabado de nacer. Con este nacimiento el autor no se refiere tanto al de Belén, sino al nacimiento que tuvo lugar la mañana de Pascua con la resurrección. Y los dolores del parto corresponden a los del Calvario. El dragón, con sus siete estrellas, es el símbolo de un poder enorme, que con sus diez cuernos da muestra de una fuerza invencible y con sus siete coronas reales encarna la brutalidad abusadora del mal que se protege a menudo bajo las grandes potencias. Sí, el Mal, en toda su fuerza, se opone al Evangelio en una lucha sin tregua que se presenta desde los albores de la historia humana, cuando Adán y Eva se dejaron atrapar por su voz venenosa y convincente. Al final de la historia, el Mal se desencadena en una batalla definitiva. También la Iglesia está llamada a luchar para mantenerse fiel a Dios y engendrar en el corazón de los hombres al Hijo de Dios. Efectivamente, comunicando el Evangelio nace en el corazón de los hombres el mismo Jesús y se forma así la comunidad cristiana. Toda generación está llamada a escuchar de nuevo el Evangelio y a renacer. Ese es el sentido de la imagen de la huida de la mujer al desierto, que al mismo tiempo que recuerda el éxodo de Israel de Egipto, es considerado el lugar de la tentación y del pecado por una parte y el momento de intimidad entre Dios e Israel por la otra. La Comunidad cristiana debe repetir en su corazón el camino que hizo Israel. Pero ese camino no está exento de dificultades y oposición. Del mismo modo que el Señor protegió a Israel de los enemigos, también protegerá a la Comunidad de creyentes. Este itinerario también conoce la lucha contra el mal a partir ya del corazón de cada uno. El Señor está a nuestro lado, como él mismo dijo: "He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.