ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 13,11-18

Vi luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como de cordero, pero hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de la primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus habitantes adoren a la primera Bestia, cuya herida mortal había sido curada. Realiza grandes señales, hasta hacer bajar ante la gente fuego del cielo a la tierra; y seduce a los habitantes de la tierra con las señales que le ha sido concedido obrar al servicio de la Bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen en honor de la Bestia que, teniendo la herida de la espada, revivió. Se le concedió infundir el aliento a la imagen de la Bestia, de suerte que pudiera incluso hablar la imagen de la Bestia y hacer que fueran exterminados cuantos no adoraran la imagen de la Bestia. Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia o con la cifra de su nombre. ¡Aquí está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan ve surgir de la tierra a otra Bestia. Si la primera representa el poder político totalitario, la segunda indica el culto idólatra que aquel poder requiere. En algunos aspectos esta segunda Bestia es más peligrosa que la primera, pues es más engañosa y más activa. El autor repite ocho veces el verbo griego "hacer". Esta Bestia "hace", es decir, ejerce el poder que le ha delegado la primera: "hace" que la tierra adore a la primera Bestia (v. 12); "hace" grandes prodigios, "hace" que baje el fuego del cielo (v. 13); con estos signos que "hace" seduce a los hombres y los invita a "hacer" una estatua para la primera Bestia (v. 14); "hace" que condenen a muerte a quien no adore aquella estatua (v. 15); "hace" que todos reciban la marca de la Bestia (vv. 16-17). Esta Bestia, pues, se representa sobre todo en acción y al servicio de la Bestia marina. Su peligrosidad consiste en camuflarse de cordero, mientras que en realidad su voz es la voz demoníaca del dragón. Jesús había advertido a sus discípulos: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces" (Mt 7, 15). El "falso profeta", por otra parte, entrará en escena varias veces en el Apocalipsis (16,13; 19,20; 20,10). Esta Bestia terrestre "ejerce todo el poderío de la primera Bestia en servicio de ésta", es decir, existe en relación a la primera y obedece al Dragón. Y el poder lo ejerce sobre todo con la palabra, con la propaganda, con la ideología, con el convencimiento engañoso. Por eso tiene capacidades enormes. Con su obra prodigiosa y espectacular es capaz de atraer y seducir a "todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos" y a todos les pone su marca. Podríamos decir que esta Bestia representa bien aquella cultura de muerte y de violencia que parece envolver cada vez más a todo el planeta: es la cultura del odio, la ideología de la guerra, la idea de la fuerza sin misericordia, la práctica de la justicia sin perdón, la cultura de la pena capital, la ideología del placer absoluto, la práctica de la eutanasia, y muchas otras formas que marcan la mente de muchas personas. Los creyentes están llamados a vivir y a comunicar otra sabiduría, la que viene del cielo y que se opone tanto a la Bestia que viene del mar como a la que viene de la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.