ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Apocalipsis 15,1-8

Luego vi en el cielo otra señal grande y maravillosa: siete Ángeles, que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma el furor de Dios. Y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie junto al mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: «Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios Todopoderoso;
justos y verdaderos tus caminos,
¡oh Rey de las naciones! ¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará tu nombre?
Porque sólo tú eres santo,
y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti,

porque han quedado de manifiesto tus justos
designios». Después de esto vi que se abría en el cielo el Santuario de la Tienda del Testimonio, y salieron del Santuario los siete Ángeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro, resplandeciente, ceñido el talle con cinturones de oro. Luego, uno de los cuatro Vivientes entregó a los siete Ángeles siete copas de oro llenas del furor de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el Santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el Santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete Ángeles.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Se abre ahora la última serie de siete antes del cumplimiento: estamos al final de los tiempos y el juicio está a punto de llegar. Los siete ángeles que tocaban las trompetas ahora son sustituidos por siete ángeles que llevan una copa cada uno en la mano. El apóstol muestra un mar de cristal sobre el que están de pie los testigos de Cristo, aquellos que han resistido a la Bestia. Y aquéllos, como hicieron los judíos al salir del Mar Rojo, cantaron un himno de alabanza al Señor por sus maravillas; no cantan su testimonio, no tejen sus alabanzas, no reivindican privilegios por sus obras, como solemos hacer nosotros. Ellos alaban "las grandes y maravillosas" obras de Dios. El Señor, en efecto, es quien los ha fortalecido, los ha salvado y protegido. Ahora están delante de nuestros ojos y nos enseñan cómo ponernos ante Dios y cómo dirigirle a Él nuestra alabanza. Su canto está punteado por pasajes bíblicos, como si quisieran sugerirnos la preciosidad de la Biblia para nuestra oración. Al finalizar el canto, Juan ve abrirse en el cielo la tienda del testimonio. En la tradición de Israel la tienda era el lugar de la manifestación de Dios a su pueblo, lugar no de la ira o del castigo sino de la misericordia y del amor. Cada una de nuestras asambleas de oración puede ser como la tienda del testimonio y de la misericordia. En su interior avanzan siete ángeles vestidos como sacerdotes, de lino puro, resplandeciente, que reciben de uno de los cuatro vivientes siete copas llenas de la ira de Dios. La oración nunca queda sin respuesta, aunque a veces nos cuesta comprenderla.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.