ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 21,23-27

Llegado al Templo, mientras enseñaba se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo diciendo: «¿Con qué autoridad haces esto? ¿Y quién te ha dado tal autoridad?» Jesús les respondió: «También yo os voy a preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", nos dirá: "Entonces ¿por qué no le creísteis?" Y si decimos: "De los hombres", tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta.» Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos.» Y él les replicó asimismo: «Tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio nos presenta a Jesús, ya hacia el final de sus días, mientras entra en fuerte polémica con las autoridades religiosas y los intelectuales de su tiempo. Había vuelto a Jerusalén y, como era ya su costumbre, acudió al templo para mostrarse como el Mesías, como el Enviado de Dios. Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo habían comprendido que Jesús no estaba exponiendo simplemente una nueva doctrina, un nuevo pensamiento sobre la religión. Más bien, él se presentaba como el Mesías, el Salvador. En efecto, el día antes había tomado como posesión del templo expulsando del atrio a los mercaderes y curando a muchos enfermos. Ahora empezaba a enseñarles. Podríamos decir que el primer signo mesiánico lo había cumplido, la curación de los enfermos, ahora añadía otro: hablar con autoridad pidiendo escucha y obediencia. En verdad, desde el inicio de su predicación, los Evangelios advierten de que Jesús enseñaba con autoridad. De hecho, su predicación no era una simple presentación de algunas verdades. Jesús exigía el cambio del corazón, una verdadera y auténtica transformación de la vida. Pues bien, los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo le piden que explique tal pretensión: lo que haces, ¿viene o no viene de Dios? En otras palabras, ¿son Jesús y su Evangelio un engaño? En ese momento Jesús parte de sus mismas objeciones y, a través del ejemplo del Bautista, afirma una vez más que el camino de la salvación está en la escucha de la Palabra de Dios y en la conversión del corazón. Los opositores no saben qué responder. En verdad, detrás de aquel "No sabemos", se escondía el mucho más radical "no queremos". ¿No nos sucede también a nosotros? ¿Cuántas veces después de haber escuchado el Evangelio, o bien después de que hemos sido exhortados a cambiar alguna actitud alejada de las Escrituras, respondemos: "no puedo", o bien "no lo consigo", y en realidad "no queremos"? Mientras nos acercamos a la Navidad, escuchemos con atención la Palabra de Dios que sigue hablando a nuestra vida y dejemos que entre en nuestro corazón para que traiga frutos de amor, de paz, de misericordia, de perdón y mansedumbre.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.