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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Oración por la unidad de las Iglesias. Recuerdo especial de las Iglesias de la Comunión anglicana


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 3,13-19

Subió al monte y llamó a los que él quiso; y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios. Instituyó a los Doce y puso a Simón el nombre de Pedro; a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes puso por nombre Boanerges, es decir, hijos del trueno; a Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, el mismo que le entregó.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Con el pasaje que acabamos de escuchar comienza una nueva sección en el Evangelio de Marcos, y se abre, como si fuera una síntesis general, con la imagen de la comunidad de los discípulos en torno a Jesús. El Maestro, rodeado por los Doce sobre el monte, representa la universalidad de la comunidad cristiana, que precisamente no es otra cosa que esto: hombres y mujeres reunidos entorno a Jesús como su Salvador. Es el Señor Jesús el que les mantiene unidos como hermanos, y no otro. La razón de la comunión cristiana es solo Jesús; ni la nacionalidad, ni intereses comunes, ni los lazos de cultura o de sangre, ni una misma condición o una común pertenencia. Les reúne solo el ser todos discípulos de ese único Maestro. Y sin embargo la comunidad cristiana no es anónima, no está compuesta de personas que no tienen lazos unos con otros, que no se conocen entre ellos. El Señor edifica su comunidad llamando por su nombre a cada uno. Así nació la comunidad cristiana, y del mismo modo continúa naciendo hoy y lo seguirá haciendo mañana. En la comunidad cristiana cada uno tiene su nombre, su historia, y a cada uno se le confía, al igual que a los Doce, la misión de anunciar el Evangelio y curar las enfermedades. Pero existe una condición previa a la misión: el apóstol debe ante todo "estar con Jesús"; podríamos decir que el apóstol es ante todo discípulo, es decir, alguien que está con Jesús, que le escucha, que lo sigue. El vínculo estrecho con la vida y las palabras de Jesús son el fundamento de la apostolicidad de los discípulos. Si están unidos a Jesús irán con él por entre las multitudes y continuarán su misma obra. Más adelante, según lo narra el evangelista Juan, Jesús les dirá: "Separados de mí no podéis hacer nada" (Jn 15, 5).

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.