ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Marcos 12,13-17

Y envían donde él algunos fariseos y herodianos, para cazarle en alguna palabra. Vienen y le dicen: «Maestro, sabemos que eres veraz y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas, sino que enseñas con franqueza el camino de Dios: ¿Es lícito pagar tributo al César o no? ¿Pagamos o dejamos de pagar?» Mas él, dándose cuenta de su hipocresía, les dijo: «¿Por qué me tentáis? Traedme un denario, que lo vea.» Se lo trajeron y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?» Ellos le dijeron: «Del César.» Jesús les dijo: «Lo del César, devolvédselo al César, y lo de Dios, a Dios.» Y se maravillaban de él.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio de Marcos nos está acompañando en los últimos días de la vida de Jesús, antes de su pasión. Sus jornadas están llenas de predicaciones y de debates; la oposición contra él se hace cada vez más fuerte y acuciante. El Evangelio nos presenta ahora a los fariseos y los herodianos, quienes le proponen la cuestión del tributo al César. Desde el principio se nota su falsedad: adulan a Jesús para después tenderle una trampa. Pero no es con astucia como se acerca uno al Evangelio. La Palabra de Dios no se compra con nuestros ardides ni embaucamientos, sino que es clara y buena, sin fingimientos ni subterfugios. Jesús no acepta la falsedad y desvía la cuestión: se debe dar al César lo que es del César, pero es necesario también dar a Dios todo lo que lleva su impronta, su imagen. Es sobre esto que Jesús pide una decisión, dar a Dios lo que es de Dios, y ¿qué es de Dios sino el hombre? En el hombre está inscrita de hecho la imagen de Dios. El hombre, todo hombre, incluso el más pequeño e indefenso, pertenece a Dios y a Dios debe volver. Hay una primacía de Dios sobre la vida del hombre que debe ser defendida a cualquier precio, como también se debe respeto a la sociedad civil y a sus leyes. Esta página evangélica debe ayudar al respeto y la tolerancia, sabiendo sin embargo que nadie puede herir ni humillar la vida del hombre. Solo Dios Padre es el Señor de todos. Los cristianos están llamados por tanto a la obediencia de las leyes y a una sincera colaboración con las autoridades legítimas. Sin embargo la invitación de Jesús a dar a Dios lo que es suyo nos llama también a la responsabilidad de ser testigos del Evangelio y de vivir las enseñanzas de la Iglesia con libertad y a conciencia, para que la vida de los hombres y las mujeres sea defendida y salvaguardada en nuestras sociedades y en el mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.