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Lunes santo
Palabra de dios todos los dias

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Lunes Santo
Recuerdo de los mártires por causa del Evangelio
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Libretto DEL GIORNO
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Recuerdo de los mártires por causa del Evangelio


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Juan 12,1-11

Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis.» Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Con el Domingo de Ramos hemos entrado en la Semana Santa. El Evangelio de Juan abre la narración de la pasión con la cena en Betania, en casa de Marta, María y Lázaro, una familia muy querida por Jesús. En esos días de dura lucha contra los fariseos y los sacerdotes aquella casa se había convertido para él en un lugar de reposo y distensión. Faltaban solo seis días para la Pascua, y Jesús se encontraba nuevamente cenando con estos amigos. Durante la cena, María se levanta, se arrodilla a los pies de Jesús y los unge con un ungüento; luego los seca con los cabellos. La casa se llena de perfume. Para Judas es un derroche inútil: "¿Por qué -dice en voz alta- no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?". En realidad -y el evangelista lo señala- su interés verdadero estaba en el dinero, y no en los pobres. Jesús deja que María continúe su gesto de amor; el ungüento anticipaba el óleo con el que su cuerpo sería ungido antes de su sepultura. Y después añade: "Porque pobres siempre tendréis con vosotros, pero a mí no siempre me tendréis". Dentro de poco empezaría su "vía crucis", hasta la muerte. María, la única entre todos, había comprendido que Jesús era un "moribundo", y por ello necesitaba un cariño y una cercanía especiales, como requiere todo moribundo. Esta mujer, que se había dejado arrastrar por el amor de Jesús, nos enseña cómo estar junto a este extraordinario Maestro en estos días, y cómo estar junto a los débiles y los enfermos a lo largo de todos sus días. En aquel gesto se simboliza el camino de la salvación: en la compañía afectuosa de los pobres vivimos la compañía de Jesús. Los pobres los tendremos siempre con nosotros. Ellos pueden decirnos cuánto necesitan el ungüento de la amistad y del cariño.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.