ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias

Memoria de Jesús crucificado

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986).
Recuerdo del beato Juan XXIII.
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Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Festividad de san Carlos Lwanga, que junto a doce compañeros sufrió el martirio en Uganda (1986).
Recuerdo del beato Juan XXIII.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 16,20-23

«En verdad, en verdad os digo
que lloraréis y os lamentaréis,
y el mundo se alegrará.
Estaréis tristes,
pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste,
porque le ha llegado su hora;
pero cuando ha dado a luz al niño,
ya no se acuerda del aprieto
por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora,
pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón
y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día
no me preguntaréis nada.
En verdad, en verdad os digo:
lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La amistad con el Señor no es algo que se pueda dar por supuesto, y no solo por la enemistad del mundo sino porque requiere renacer de verdad, como Jesús le dijo a Nicodemo. Por eso ahora Jesús compara la fe, o dicho de otro modo, el vínculo de confianza con Él, a un parto, que es el fruto de una gestación larga y costosa. La fe no es el resultado imprevisto de quien se cree genial y, por tanto, dispuesto a creer; tampoco es el resultado espontáneo de una situación normal. Podríamos decir que aquí se ve claramente que uno no nace cristiano sino que el cristiano se va construyendo, y con un cierto esfuerzo. De hecho, al igual que en el embarazo la mujer participa personalmente en el crecimiento de una nueva vida que acoge en su seno, pero al mismo tiempo el desarrollo del niño no es fruto de su habilidad o de sus dotes, también la Palabra de Dios, si la acogemos en nuestro corazón, crece y se desarrolla, genera una vida nueva no porque lo merezcamos especialmente o porque seamos mejores, sino porque actúa con fuerza en quien la acoge y la hace actuar, a pesar de las numerosas dificultades. Así pues, no debemos dejarnos abatir por el esfuerzo que a veces nos comporta acoger la Palabra, mientras que es muy fácil dejar que se escurra lejos de nosotros como algo ya sabido o inútil. Este trabajo paciente nos dará una interioridad más profunda, nos dará la capacidad de degustar la dulzura de toda Palabra que nos viene del Evangelio, y también la amargura porque nos obliga a cambiar nuestros pensamientos y nuestras costumbres. Ese es el don del que habla el Evangelio, un don que nadie nos puede negar o quitar porque es fruto de la fidelidad de escuchar que todos podemos vivir, si queremos.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.