ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Juan 17,1-11

Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora;
glorifica a tu Hijo,
para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne,
dé también vida eterna
a todos los que tú le has dado. Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero,
y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra,
llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti,
con la gloria que tenía a tu lado
antes que el mundo fuese. He manifestado tu Nombre a los hombres
que tú me has dado tomándolos del mundo.
Tuyos eran y tú me los has dado;
y han guardado tu Palabra. Ahora ya saben
que todo lo que me has dado viene de ti; porque las palabras que tú me diste se las he dado a ellos,
y ellos las han aceptado
y han reconocido verdaderamente que vengo de ti,
y han creído que tú me has enviado. Por ellos ruego;
no ruego por el mundo,
sino por los que tú me has dado,
porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío;
y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo,
pero ellos sí están en el mundo,
y yo voy a ti.
Padre santo,
cuida en tu nombre a los que me has dado,
para que sean uno como nosotros.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Evangelio nos lleva al cenáculo. Una vez terminada la cena, antes de salir hacia el monte de los Olivos, Jesús pronuncia una larga oración que parece concluir el "testamento espiritual" que quiere dar a los discípulos. Levanta los ojos hacia las alturas, hacia el Padre del cielo. Hasta ahora había hablado a los discípulos. Ha llegado ahora el momento de dirigirse directamente a Dios. Y empieza con aquel apelativo único para él: "Padre". Había utilizado dicho apelativo dos veces más: antes de la resurrección de Lázaro y en la presentación de los dos griegos. Para él ha llegado la "hora", es decir, el momento para el que había venido a la tierra. Y le pide al "Padre" que le "glorifique", es decir, que cumpla aquello por lo que lo había mandado en medio de los hombres. Y le presenta a aquellos discípulos que él ha elegido, a los que él ha amado y de los que se ha ocupado, convirtiéndolos en amigos suyos y herederos el mismo amor que hay entre él y el Padre. Esa ha sido su "obra", la tarea que le había confiado el Padre: reunir a aquellos discípulos, comunicarles el amor del Padre y hacerlos entrar en la vida eterna. Por eso dice: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo". Dicha obra está a punto de ser confiada a aquellos discípulos y a todos los discípulos que de generación en generación se sucederán, incluyéndonos nosotros. Jesús los conoce bien y sabe que son débiles. Por eso reza al Padre para que les proteja: "Por ellos ruego". También nosotros estamos dentro de aquella oración de Jesús. Jesús sabe que el mal intentará de cualquier modo arrancárselos de las manos, como han intentado hacer con él el diablo y sus siervos. Y pide que sean protegidos, indicando también cómo salvarles del maligno: "para que sean uno como nosotros". La comunión, la misma comunión que hay entre el Padre y el Hijo, es la garantía para que los discípulos se opongan a las tentaciones del Maligno y que continúen la obra de liberación que el Hijo empezó y que debe llevarse a cabo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.