ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 7,6.12-14

«No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. «Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. «Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este texto reúne tres máximas de Jesús que no tienen conexión entre ellas: sobre las cosas santas, la regla de oro y la puerta estrecha. Los perros y los puercos eran animales impuros. No está claro si Jesús se refería a una cierta categoría de personas claramente hostiles al anuncio del Reino. Sea como sea, nosotros comprendemos que la hostilidad, la falta de acogida descarada y el rechazo, ostentado y firme, invitan al discípulo a tener un corazón disponible para mostrar su propuesta a los demás. Jesús no esconde aquella dificultad que a veces se convierte en oposición. El pasaje sigue con una norma -llamada la "Regla de oro"- que también forma parte de otras tradiciones religiosas: "todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos". Estas palabras, vividas por Jesús, adquieren la novedad de un amor que no tiene límites: él nos dio su amor sin esperar nada a cambio por nuestra parte. Si nosotros desearíamos que los demás dieran su vida por nosotros, empecemos haciendo de nuestra vida una vida de dedicación y de servicio a los demás, como enseñó Jesús durante el lavatorio de los pies (Jn 13). El Evangelio que hemos escuchado termina con el dicho sobre la puerta estrecha, es decir la persona misma de Jesús. Para entrar a través de la puerta que es Jesús hay que realizar un esfuerzo, hay que rebajarse, inclinarse hacerse pequeño y humilde. La puerta ancha, que es el mundo, parece a primera vista más cómoda y ancha, pero es solo una ilusión momentánea. Quien quiera entrar y quedarse en la vida del mundo encontrará muchas más dificultades y a pesar de sus esfuerzos continuará preso en un mundo que se hace cada vez más duro y despiadado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.