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Memoria de Jesús crucificado
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Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Floribert Bwana Chui, joven congoleño, asesinado por desconocidos en Goma porque se había opuesto a un intento de corrupción. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado

Recuerdo de Floribert Bwana Chui, joven congoleño, asesinado por desconocidos en Goma porque se había opuesto a un intento de corrupción.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 10,16-23

«Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. «Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. «Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús predice persecuciones a sus discípulos. Eso es lo que le sucedió a él. Además, el amor evangélico, aquel amor que es totalmente gratuito y sin reciprocidad alguna, entorpece la obra del príncipe de este mundo que es obra de división y de conflicto. No hay espacio para quien trabaja por la paz a través de un amor que pide incluso amar a los enemigos. Por eso Jesús dice: "Yo os envío como ovejas en medio de lobos". Y las ovejas son siempre más débiles respecto a los lobos, y parecen condenadas a perder siempre. Pero ese es el misterio de la misión de Jesús que luego confió a su Iglesia y a sus discípulos. No es difícil intentar atenuar esa debilidad. Andrea Santoro, sacerdote asesinado en Turquía, decía: "La ventaja que tenemos los cristianos por creer en un Dios inerme, en un Cristo que invita a amar a los enemigos, a servir para ser 'señores' de la casa, a hacerse el último para resultar el primero, en un evangelio que prohíbe el odio, la ira, el juicio, el dominio, en un Dios que se hace cordero y se deja golpear para matar el orgullo y el odio que tiene en su interior, en un Dios que atrae con el amor y no domina con el poder, es una ventaja que no debemos perder". Y citaba a san Juan Crisóstomo: Cristo apacienta a corderos, no a lobos. Si nos convertimos en corderos, venceremos; si nos convertimos en lobos, perderemos. La vida según el Evangelio, cuando es intensa y vigorosa, se carga con una potencia que desestabiliza el mundo que, por el contrario, busca únicamente su propio interés y prefiere mantenerse en el pecado. Los cristianos, en la humildad y la simplicidad de las "palomas", se oponen con sus palabras y su conducta al mundo egoísta y lo desenmascaran. De ahí nace la persecución y el sufrimiento, el intento de eliminar a los verdaderos testigos de la fe. Para nosotros que vivimos en el tercer milenio se trata de aprender del Evangelio a distinguir cuándo ya no es posible llegar a compromisos con un mundo que quiere ahogar la Palabra de Dios silenciando a quien da testimonio de ella. Frente a determinadas injusticias, al escándalo del sufrimiento del más débil, a la eliminación de la vida, a las heridas de un mundo cada vez más dividido entre muchos pobres y pocos ricos, el discípulo, aunque sepa que encontrará oposición, no puede callar y no anunciar con su vida que es hijo de Dios y no de este mundo. Las palabras de Jesús que leemos en el Evangelio de hoy nos animan y nos consuelan: "el que persevere hasta el fin, ese se salvará".

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.