ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias

Memoria de los pobres

Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la laura de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres

Recuerdo de san Sergio de Radonez, fundador de la laura de la Santísima Trinidad, en Moscú. Recuerdo del pastor evangélico Paul Schneider, asesinado en el campo de concentración nazi de Buchenwald el 18 de julio de 1939.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 12,38-42

Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos: «Maestro, queremos ver una señal hecha por ti.» Mas él les respondió: «¡Generación malvada y adúltera! Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches. Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán; porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay algo más que Jonás. La reina del Mediodía se levantará en el Juicio con esta generación y la condenará; porque ella vino de los confines de la tierra a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay algo más que Salomón.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

¡Cuántas veces también nosotros, como aquellos escribas y fariseos, pedimos un signo que nos tranquilice y nos calme! Parece una petición justa, pero está llena de ambigüedad: no creemos que sea suficiente el testimonio de Jesús con lo que hizo y dijo, buscamos seguridades que nos libren del esfuerzo de decidir y de tomar opciones. Y aun así, ¿qué signo es mayor que el Evangelio? Jesús mismo no puede dar otro signo que el de Jonás, es decir, el misterio de su muerte y resurrección. De hecho, como Jonás estuvo tres días en el vientre del cetáceo y luego salió y fue enviado a predicar a Nínive, también el Hijo del hombre estará tres días en las entrañas de la tierra y luego será resucitado por el Padre para ser el salvador de todos. Jesús es el signo que Dios dio a los hombres, signo infinitamente más grande de lo que Jonás fue para Nínive. Y aun así, nos resistimos a creer en Jesús, a convertirnos a él, a confiar en su palabra. Incluso la reina de Saba -continúa Jesús- hizo un largo viaje para ir a escuchar la sabiduría de Salomón. Y nosotros nos resistimos incluso solo a abrir el Evangelio y leerlo. Hoy no hacen falta signos extraordinarios, pasmosos, esotéricos, sino una fuerte y clara predicación del Evangelio junto a una larga manifestación de misericordia sobre todo para con los más débiles. Estos son los signos que Jesús mismo realizaba y que ha confiado a sus discípulos de todos los tiempos para que los lleven a cabo. Esta página evangélica pregunta a todo discípulo y a toda comunidad cristiana si son realmente un "signo" de amor y de misericordia. Esa es la tarea que Jesús continúa confiando a su Iglesia: ser luz y sal del mundo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.