ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 23,23-26

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del aneto y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que había que practicar, aunque sin descuidar aquello. ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello! «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo ciego, purifica primero por dentro la copa, para que también por fuera quede pura!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El pasaje del Evangelio continúa la invectiva de Jesús contra los escribas y los fariseos, cuya primera parte ya escuchamos en los días anteriores. Esta cuarta "invectiva" hace referencia a la pérdida de valores. Jesús estigmatiza la hipocresía de pagar el diezmo destinado al mantenimiento del templo mientras se descuida la práctica de las cosas más importantes, es decir, la aplicación de la justicia, de la misericordia y la práctica de la fe. En el pasado, la obligación del diezmo se aplicaba solo a los tres productos más importantes de la tierra: el trigo, el vino y el aceite, y también a los primogénitos del ganado mayor (Dt 14, 22ss). Pero los fariseos, con su obstinada observancia de los preceptos, la habían aplicado también a los productos más insignificantes. Y Jesús estigmatiza su obstinación, su actitud de atender las minucias y de descuidar las prescripciones fundamentales como, por ejemplo, la justicia, que es el respeto de la dignidad de toda persona; la misericordia, que es el amor por todos y especialmente por los más pobres; la fe, que es abandonar la vida a Dios. No se puede "colar el mosquito y tragar el camello", dice Jesús. ¡Cuántas veces también nosotros nos preocupamos de cosas menores y en cambio tragamos camellos! Hace falta una mayor interioridad, una más vigorosa vida espiritual. Hay también un reproche más al comportamiento de los fariseos, que subvierten la indispensable relación entre el corazón y las obras, entre el interior y el exterior. Los creyentes no pueden vivir de manera escindida, es decir, comportarse correctamente en algunas prácticas exteriores y estar corrompidos en su corazón. Estas palabras recuerdan la acusación que Jesús hizo a quien se comporta de ese modo: ser sepulcros blanqueados. La vida brota del corazón del hombre. Toda la vida depende de cómo es el corazón. Del corazón -repite en varias ocasiones el mismo Jesús en los Evangelios- surgen los pensamientos y las actitudes del hombre. Si el amor da forma al corazón, de este saldrán gestos de amor. Si, por el contrario, el corazón está lleno de envidia, de rencor, de odio, de orgullo, de amor solo por uno mismo, no tardarán en llegar frutos amargos y malos para uno mismo y para los demás. El creyente está llamado a hacer crecer en su interior al hombre y a la mujer interior. Y eso se produce cultivando la oración, escuchando con atención y con frecuencia las Escrituras, practicando el amor por los más débiles. No se trata de olvidar las leyes y las costumbres. Lo que Jesús pide es que empecemos por tener un corazón en el que viva el amor de Dios. En el corazón se decide el camino del bien y del mal.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.