ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant'Egidio debe su nombre a la iglesia dedicada al santo. Se recuerda hoy el inicio de la Segunda Guerra Mundial: oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia

Recuerdo de san Egidio, monje de Oriente que viajó a Occidente. Vivió en Francia y se convirtió en padre de muchos monjes. La Comunidad de Sant’Egidio debe su nombre a la iglesia dedicada al santo. Se recuerda hoy el inicio de la Segunda Guerra Mundial: oración por el fin de todas las guerras. La Iglesia ortodoxa empieza el año litúrgico.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 5,1-11

Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes.» Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.» Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.» Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jesús está rodeado por una muchedumbre que se agolpa a su alrededor porque desea escuchar sus enseñanzas. Jesús ya no habla solo en la sinagoga, sino que cree oportuno -y no solo por motivos de espacio- comunicar su Evangelio al aire libre, por las calles, por las plazas, a orillas del lago. Y en este ministerio entre la gente Jesús llama a sus primeros discípulos, como si quisiera subrayar el lugar y el modo de la misión de los apóstoles de ayer y de hoy. Se agolpa una gran multitud y Jesús, para evitar que lo aplasten, pide a Simón que suba a la barca y se aleje un poco de tierra. Y desde la barca de Pedro Jesús enseña a la gente. Evidentemente no es una decisión casual. El evangelista la recuerda para destacar la tarea de la Iglesia y de toda comunidad cristiana a lo largo de los siglos: proponer nuevamente las enseñanzas de Jesús a todas las generaciones para que escuchen y se conviertan. Cuando termina de hablar a la gente, Jesús le pide a Simón que bogue mar adentro y que tire las redes. Simón y los demás que estaban con él habían estado pescando toda la noche y no habían pescado nada. Además, Jesús no estaba con ellos. Y sin él no podían hacer nada. Simón se lo dice: "Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada". Está realmente cansado. Pero a continuación añade: "Pero, por tu palabra, echaré las redes". Estaba cansado, no lo había comprendido todo, pero sin duda había quedado maravillado por las enseñanzas que Jesús había impartido a la gente. Por eso obedeció. La obediencia no comporta siempre entenderlo todo, pero sí requiere en cualquier caso confianza, abandonarse. Y se produce una pesca milagrosa. El evangelista destaca: "Haciéndolo así", es decir, obedeciendo obtuvieron una gran cantidad de peces. La pesca era tan abundante que tuvieron que llamar a los demás para que les ayudaran. Simón Pedro -el evangelista añade aquí el nuevo nombre "Pedro"- frente al milagro se arrodilla ante Jesús. Es el gesto del estupor pero sobre todo del abandono confiado. También los otros tres pescadores, socios de Pedro, quedaron increíblemente asombrados. Y Jesús, dirigiéndose a Simón, le dice que se convertirá en pescador de hombres. Los cuatro abandonaron las redes y le siguieron. Aquel día empezó la historia de esta singular fraternidad que es la Iglesia. El Evangelio continúa llamando a nuevos brazos para que la red de la misericordia crezca y no deje a nadie fuera.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.