ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 8,16-18

«Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La Palabra de Dios nunca es una semilla que debe quedar reservada a unos pocos o, peor todavía, escondida en el corazón de quien la acoge. Por su naturaleza, debe crecer hasta el cumplimiento del ciclo, hasta convertirse en un árbol grande. Jesús explica este misterio de la palabra de Dios con el ejemplo de la lámpara. Del mismo modo que la luz de la lámpara no tiene la tarea de iluminarse a sí misma sino a todo lo que está a su alrededor, también la Palabra de Dios debe iluminar a todo hombre y a toda mujer. Y los creyentes están llamados a mostrar su luz a todos. Los creyentes no viven para ellos mismos sino para manifestar a todos la luz del Evangelio. Dice Jesús: "Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz". Hemos recibido el Evangelio para mostrarlo a los hombres y a las mujeres de nuestra ciudad. Cada comunidad, y cada creyente, pueden compararse a aquella lámpara de la que habla Jesús, aquella lámpara que hay que poner en lo alto para que haga brillar la luz del Evangelio. No se trata, obviamente, de hacerse ver a uno mismo o de hacer ver la sabiduría natural de cada uno, ni tampoco se trata de mostrar las dotes que tiene cada uno o la capacidad de sorprender. Al creyente se le pide que manifieste la Palabra del Señor, precisamente, y no la suya. Por eso -subraya Jesús- el discípulo está llamado ante todo a acoger la Palabra de Dios en su corazón: "Mirad, pues, cómo oís". Quien no escucha no puede transmitir más que a sí mismo. Pero será como una luz apagada y sin vida. Quien deja moldear su corazón por la Palabra de Dios tendrá un corazón lleno de sabiduría divina y dará para él mismo y para los demás frutos buenos. Ese es el sentido que tienen las palabras de Jesús: "al que tenga, se le dará", es decir, quien acoge el Evangelio en su corazón recibirá una sabiduría abundante. Ese mismo es el sentido de aquella frase de Gregorio Magno: "La Sagrada Escritura crece con quien la lee". Pero no sucederá lo mismo con quien tiene el corazón cerrado a la Palabra: ese seguirá en la oscuridad porque está lleno solo de sí mismo y de su tristeza. "Al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará". Quien no preste atención a la palabra evangélica, sentirá cómo se cierra cada vez más su corazón. Si acogemos con fe en el corazón la Palabra de Dios nos transforma y nos hace hombres y mujeres capaces de dar luz a quien vive en la oscuridad de su vida.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.