ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 9,7-9

Se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?» Y buscaba verle.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Entre la misión de los Doce y su alegre retorno Lucas, siguiendo al evangelista Marcos, añade el pasaje que narra el deseo de Herodes de ver a Jesús. Las enseñanzas, los milagros y la actividad misionera de los Doce habían suscitado entusiasmo en la muchedumbre. La fama de aquel Maestro había llegado hasta la corte de Herodes Antipas. La discordancia de las voces sobre Jesús causa inquietud y perplejidad en el tetrarca. Algunos decían que aquel joven rabino era Juan el Bautista resucitado, otros pensaban que era Elías, que había reaparecido. Herodes, en esta tensión psicológica formada de ansiedad y miedo, intentaba conocerle de algún modo. Obviamente Herodes no compartía la opinión de aquellos que pensaban que era el Bautista. Lucas resume la duda de Herodes con las palabras siguientes: "A Juan le decapité yo. ¿Quién es, pues, este de quien oigo tales cosas?". Por eso "buscaba verle". Pero no se trataba del deseo de alguien que quiere escuchar y comprender aquella nueva profecía que llegaba al corazón de la gente. Llegará el momento en el que Herodes conocerá a aquel joven profeta, pero será el día del proceso cuando Pilato decidió enviárselo como preso. El deseo de Herodes de conocer a Jesús no es como el de Zaqueo, que subió a un árbol, o como el de los dos griegos que fueron a encontrar a Felipe y a Andrés. Ellos querían entender y comprender la palabra y la acción de aquel joven profeta y fueron a su encuentro. Herodes, en cambio, esperaba que Jesús fuera a encontrarle. Pero no podemos encontrar al Señor si no "salimos" de nosotros mismos, de nuestro orgullo, de nuestro laberinto psicológico. El encuentro con Jesús es más directo y también más sencillo, como demuestran muchos episodios evangélicos: es suficiente ir hacia él con el corazón disponible y basta con tocarle la orla del manto. Pero con fe, con disponibilidad. Herodes tenía simplemente curiosidad, no tenía intención alguna de cambiar de vida. Sin la disponibilidad del corazón no se puede encontrar a Jesús.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.