ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de Jesús crucificado
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de Jesús crucificado


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 12,54-59

Decía también a la gente: «Cuando veis una nube que se levanta en el occidente, al momento decís: "Va a llover", y así sucede. Y cuando sopla el sur, decís: "Viene bochorno", y así sucede. ¡Hipócritas! Sabéis explorar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no exploráis, pues, este tiempo? «¿Por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo? Cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

A quien le pedía una señal para que pudiera creer en sus palabras, Jesús le contestó que él era la única señal que manifestaba con plenitud y claridad el amor de Dios. ¿Por que no vemos las "señales del Señor" aunque las tenemos ante nuestros ojos? La respuesta es sencilla: porque normalmente estamos atentos solo a nosotros mismos y a nuestras cosas. No sucede lo mismo cuando se trata de saber si va a llover o no, dice Jesús a quien le escucha. En ese caso, efectivamente, levantamos los ojos para ver las nubes o salimos de casa para sentir de dónde viene el viento. Igualmente -advierte Jesús- deberíamos levantar nuestros ojos para comprender el tiempo de la salvación, es decir levantar la mirada de nosotros mismos, salir de las costumbres consolidadas que nos dominan, alejarnos del egocentrismo que nos ciega, y estar atentos a las "señales" que nos envía el Señor. La primera gran señal es el Evangelio. Podríamos decir que es la señal de los tiempos. Escuchar esta palabra y ponerla en práctica es la primera obra del creyente. Luego hay otras señales: los sacramentos y en particular la santa Liturgia que nos permite participar de la muerte y de la resurrección del Señor. La Iglesia nos dice que la Santa Misa es la culminación y la fuente de toda la vida espiritual. ¡Deberíamos prestarle mucha más atención! Luego hay otra señal, una señal plural: son los pobres y todos los que esperan ser librados de la esclavitud de este mundo. No estar atentos a su situación significa no comprender el corazón de Dios y de la historia. "Este tiempo no lo entendéis", advierte Jesús en el Evangelio. Hay una urgencia de comprender el mundo en el que vivimos y la cultura que cubre a todos los pueblos al inicio de este nuevo milenio. Los hombres están como sometidos a lo que podríamos llamar la "dictadura del materialismo". Es una esclavitud que se ha transformado en una especie de cultura que hace que este mundo nuestro sea todavía más inhumano y violento. Un juicio objetivo, una verdadera inteligencia de la historia, abierta a la esperanza, solo es posible si frecuentamos con atención las Escrituras. El ejemplo que da Jesús de llegar a un acuerdo con el adversario antes de empezar el juicio -porque entonces será demasiado tarde- sugiere la oportunidad de conformar nuestra vida según el Evangelio y salvarnos. La Palabra de Dios nos ayuda a descubrir las señales de la presencia de Dios y a ver la necesidad que esta generación nuestra tiene del Evangelio del amor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.