ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Lucas 15,1-10

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola. «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mucha gente seguía a Jesús. Eran mayoritariamente enfermos, gente marginada y abandonada, "publicanos y pecadores", como indica explícitamente el evangelista Lucas con cierto orgullo. Y todos le seguían en búsqueda de protección, curación y consuelo. Todo aquello, por supuesto, no pasaba por alto a los responsables religiosos de Israel: creaba no pocas suspicacias y sobre todo perplejidad o incluso escándalo. Y aún más cuando Jesús se sentaba a la mesa con los pecadores y los publicanos. La comida en común contradecía abiertamente lo que los fariseos predicaban y practicaban, es decir, una religiosidad marcada por un ritualismo exterior que debía mantener alejados, también físicamente, a los creyentes de los que eran considerados impuros y pecadores. Para Jesús la familiaridad con los publicanos y los pecadores no era fruto de la casualidad sino de una decisión muy concreta. Es más, formaba parte de su misma misión y, se podría decir, del mismo comportamiento de Dios. Tanto es así que Jesús, para contestar las acusaciones que le hacían los fariseos, no habla de sí mismo sino de Dios, del modo de actuar de Dios. Hasta 32 versículos del capítulo 15 de Lucas están dedicados a narrar la actitud misericordiosa de Dios. Los primeros diez versículos del capítulo 15 narran las primeras dos parábolas de la misericordia: la oveja perdida y la dracma perdida. En la primera Dios es como un pastor que ha perdido a una de sus cien ovejas. Pues bien, el pastor deja a las noventa y nueve restantes en el desierto y se pone a buscar a la que se ha perdido. En la segunda se nos presenta a Dios como una ama de casa que ha perdido una moneda y se pone a buscarla hasta que la encuentra. Ambos, el pastor y la mujer, tras haber encontrado la oveja y la moneda que se habían perdido, llaman a sus vecinos para celebrarlo. Dios no quiere la muerte de los pecadores sino su conversión, es decir, quiere que cambien su vida y vuelvan a Él. Por eso Jesús afirma: "Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta". Es la fiesta que mayor sentimiento despierta en Dios. Por eso busca e incluso mendiga amor. Y lo hace también con nosotros. Dejemos que venga a nuestro encuentro.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.