ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los pobres
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 1,1-4

Cantar de los cantares, de Salomón. ¡Que me bese con los besos de su boca!
Mejores son que el vino tus amores; mejores al olfato tus perfumes;
ungüento derramado es tu nombre,
por eso te aman las doncellas. Llévame en pos de ti: ¡Corramos!
El Rey me ha introducido en sus mansiones;
por ti exultaremos y nos alegraremos.
Evocaremos tus amores más que el vino;
¡con qué razón eres amado!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Cantar de los Cantares -después del título que atribuye a Salomón la paternidad del texto- se abre con la petición de una mujer de ser besada por el rey y de ser introducida en su cámara nupcial. Es la petición de una mujer apasionada que con urgencia solicita la respuesta. Leyendo estas palabras como un poema sobre el amor entre Israel y el Señor, hay que notar que el autor no hace que el Señor lleve la iniciativa sino Israel, que desea las caricias de su Señor así como sus besos y su perfume. Su felicidad consiste en la unión con el Señor. Es un movimiento interior que San Agustín describe bien en las Confesiones: "Tú nos has hecho para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que no reposan en ti". En esta mujer podemos ver a cada uno de nosotros, a la misma comunidad cristiana que desea ser besada por el rey y entrar en su cámara nupcial para unirse con él. En el lenguaje bíblico es difícil oír hablar del "rey" sin pensar en el Señor de quien, como escribe el salmo, "es el reino" (Sal 22, 29), así como hablar del aceite para la unción sin captar una referencia al Mesías, rey de Israel, o hablar de la cámara nupcial sin pensar en la parte más interna del templo donde Israel y el Señor se abrazan. Cuando Israel fue privado del Templo, los rabinos interpretaban los besos del Señor como el don de la ley sobre el Sinaí. En efecto, la Torá, a diferencia también de un Templo íntegro, podía ser llevada a todos lados: «La ley misma fue donde todo israelita y le dijo: "Acepta conservarme..." Él respondió: "Sí, sí", y de inmediato la ley le besó en la boca» (Tárgum). Para nosotros los cristianos ese reclamo del Cantar nos lleva a considerar la indispensable intimidad con el Señor que, de todos modos, pasa a través de la concreción de los signos que manifiestan la presencia de Dios. Las palabras apasionadas de esta mujer, si por una parte manifiestan su pasión hacia el amado, por la otra nos recuerdan también el miedo a ser amados que frecuentemente nos asalta, a implicarnos hasta el fondo en el amor del Señor. ¡Cuántas veces preferimos salvaguardar espacios gestionados sólo por y para nosotros mismos! Es la tentación de creer que la autosuficiencia -y por tanto la independencia de cualquier otro- es una dimensión a conservar. Esta mujer lo sabe bien, por esto pide entrar en la intimidad plena. La independencia es una opción de soledad. Estas palabras tienen un sabor fuertemente realista. Nos recuerdan la necesidad que tenemos de "tocar" a Dios, de amar y ser amados también en la concreción de los gestos. Bernardo de Claraval comenta este pasaje vinculándolo a la escena de la mujer que unge los pies de Jesús (Lc 7,36-50) y hace decir a la mujer: «No puedo quedar satisfecha a menos que él no me bese con el beso de su boca. Agradezco el beso de su pie y de su mano, pero si él me ama de verdad que me bese con el beso de sus labios. No soy ingrata, amo. He recibido más de lo que merezco..., pero menos de lo que deseo. Y es el deseo lo que me mueve, no la razón. La modestia en verdad protesta, pero el amor vence». Al encaminarnos para escuchar estas páginas del Cantar dejemos que lleguen hasta el corazón y lo hagan cálido para el Señor. Lo necesitamos.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.