ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 1,5-6

Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén,
como las tiendas de Quedar,
como los pabellones de Salmá. No os fijéis en que estoy morena:
es que el sol me ha quemado.
Los hijos de mi madre se airaron contra mí;
me pusieron a guardar las viñas,
¡mi propia viña no la había guardado!

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Estos pocos versos traen la voz de la mujer que se dirige a las "muchachas de Jerusalén", las mujeres de la aristocracia ciudadana: "Soy morena, pero hermosa", les dice. La mayoría de las sociedades de aquel tiempo consideraban el bronceado de la piel de una mujer como signo de un estatus social humilde: el trabajo en los campos las exponía al bronceado del sol. Las "muchachas de Jerusalén", las señoras de la aristocracia, parecían reprochar esa condición y quizá atenuar su pretensión de un amor demasiado alto. Sin embargo, ella se defiende, no se resigna al juicio que se le manifiesta: "Soy morena, pero hermosa". Y continúa diciendo que sus hermanos (en las sociedades de Oriente Medio eran ellos los que imponían la disciplina a sus hermanas) la han castigado por una culpa suya (quizá por su infidelidad, como parece sugerir la afirmación siguiente: "mi viña no supe guardar") con el trabajo en la viña familiar. Su bronceado es por tanto la consecuencia de una culpa suya, no de su condición social. Sin embargo este juicio negativo que pesa sobre ella no la detiene. En definitiva, no se resigna a los cánones de belleza establecidos por la mayoría. El amor extraordinario por su amado la empuja a superar todo obstáculo. No acepta el juicio por descontado y sostiene con orgullo que el castigo infligido no disminuye su belleza. Al contrario, es bella precisamente porque es morena: su castigo la ha vuelto todavía más bella. Es evidente que la concepción de la belleza que la mujer reivindica está lejos de la de las mujeres de la aristocracia de Jerusalén. Y las comparaciones que hace, si por una parte parecen desconcertar, por la otra permiten intuir los criterios de la belleza que ella anticipa: se enorgullece de su piel oscura asemejándola a las tiendas de las tribus nómadas de "Quedar" y a las "lonas de Salmá". Sin duda, la mujer evoca la tienda de las tribus nómadas pero también la "tienda" del desierto, lugar de la presencia de Dios, y empuja a pensar también en la morada de Dios con la referencia a las lonas del templo de Salomón. Sí, para esta mujer la belleza es el lazo con el "rey", con el Señor. Su belleza consiste en el deseo apasionado de ser abrazada por el Señor. El deseo de Dios supera toda debilidad y toda infidelidad, es más, el amor apasionado transforma todo en motivo de belleza y de salvación. El Tárgum parafrasea con estas palabras el versículo 5: «Cuando los hijos de la casa de Israel hicieron el becerro, sus rostros se volvieron negros como los de los hijos de Kush, que habitan en las tiendas de Quedar. Cuando, por el contrario, se arrepintieron y se convirtieron y fueron perdonados, el esplendor de la gloria de su rostro llegó a ser como el de los ángeles, pues habían hecho las tiendas para el tabernáculo, y la Shekinah puso su morada con ellos». La belleza, podríamos concluir, no está en la riqueza ni en la saciedad, sino en la pobreza que acoge al Señor. Nuestra debilidad es visitada por Dios y se convierte en fuerza, nuestra fealdad causada por el pecado se convierte en belleza si es habitada por Dios. Nuestra salvación es, por tanto, ser elevados por el Señor desde el polvo hasta la altura del cielo.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.