ORACIÓN CADA DÍA

Oración por la Paz
Palabra de dios todos los dias

Oración por la Paz

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz

Recuerdo de Gigi, niño de Nápoles que murió violentamente. Con él recordamos a todos los niños que sufren o que mueren por la violencia de los hombres. Oración por los niños.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Cantar de los Cantares 7,1-9

¡Vuelve, vuelve, Sulamita,
vuelve, vuelve, que te miremos!
¿Por qué miráis a la Sulamita,
como en una danza de dos coros? ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias,
hija de príncipe!
Las curvas de tus caderas son como collares,
obra de manos de artista. Tu ombligo es un ánfora redonda,
donde no falta el vino.
Tu vientre, un montón de trigo,
de lirios rodeado. Tus dos pechos, cual dos crías
mellizas de gacela. Tu cuello, como torre de marfil.
Tus ojos, las piscinas de Jesbón,
junto a la puerta de Bat Rabbim.
Tu nariz, como la torre del Líbano,
centinela que mira hacia Damasco. Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo,
y tu melena, como la púrpura;
¡un rey en esas trenzas está preso! ¡Qué bella eres, qué encantadora,
oh amor, oh delicias! Tu talle se parece a la palmera,
tus pechos, a los racimos. Me dije: Subiré a la palmera,
recogeré sus frutos.
¡Sean tus pechos como racimos de uvas,
el perfume de tu aliento como el de las manzanas,

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Un coro implora a la amada que se dé la vuelta: "¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos!". Es una cálida invitación a la "más bella de las mujeres" (6,1) para que se deje contemplar. La llaman Sulamita, nombre simbólico que deriva de «Shalom», como el nuevo "Salomón", el nombre del amado. Salomón, el esposo, y la Sulamita ("la pacificada") están unidos por la "paz" o, si se quiere, llevan inscrita en sus nombres la vocación a la paz. La paz siempre está unida al encuentro, al diálogo y a la fiesta. Es singular que la Sulamita comience una danza especialmente festiva, llamada de los "dos coros", signo de plenitud y de alegría. El amado la contempla bailar y expresa las alabanzas a través de la belleza de las partes del cuerpo. A diferencia de la anterior descripción de la belleza de la amada que partía de la cabeza, esta vez el canto parte desde los pies: "¡Qué lindos se ven tus pies con sandalias, hija de príncipe!". Vienen a la mente las alabanzas de los pies del mensajero de la paz del texto de Isaías: "¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz" (Is 52,7). El amado canta a continuación con pasión y sin complejos a otras nueve partes del cuerpo de la mujer, todas acompañadas de comparaciones de las que algunas son fácilmente comprensibles por el carácter artístico y otras evocan elementos geográficos de la tierra prometida bien conocidos para el lector judío. Los ojos son comparados a dos espejos de agua junto a la ciudad de Jesbón, la nariz a la torre del Líbano del camino hacia Damasco y la cabeza al monte Carmelo. Todo el cuerpo de la amada evoca una palmera, esbelta y espigada, mientras que para la embriaguez del beso se recurre a las vides, al vino y a los aromas. Cada una de las diez partes del cuerpo recibe una alabanza especial. Es la mirada con que el amado contempla lleno de estupor el cuerpo de su amada. Podemos decir que es la mirada con que el Señor contempla a su Iglesia. Y viene a la mente la imagen del cuerpo que el apóstol Pablo utiliza para describir a la Iglesia en su unidad y su multiplicidad. Uno sólo es el cuerpo y muchos son los miembros. Y es importante la unicidad del cuerpo de la amada (escribe el Cantar: "Tu talle es como palmera") y también la multiplicidad de sus miembros (las caderas torneadas, el ombligo, el vientre, los senos, el cuello, los ojos, la nariz, la melena). ¿Cómo no pensar en el "cuerpo de Cristo" que es la Iglesia de la que habla el apóstol para describir la multiplicidad de los carismas que la componen? Éstos son múltiples y todos importantes, cada uno de ellos tiene una tarea que desempeñar con la fuerza del mismo Espíritu que lo ha donado a la Iglesia. Y en todo caso todos están llamados a formar la unidad del único cuerpo. También nosotros estamos llamados a elevar la mirada de nosotros mismos y a contemplar la Iglesia en toda su riqueza, en toda su variedad. Y a gozar de ello junto al Señor. También nosotros -como canta la esposa en el versículo 11- diremos: "Yo soy para mi amado, objeto de su deseo". Si conseguimos cantar así también amaremos al Señor como él mismo nos ama.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.