ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 11 de enero


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 1,20-32

La Sabiduría clama por las calles,
por las plazas alza su voz, llama en la esquina de las calles concurridas,
a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus
discursos: ¿Hasta cuándo, simples, amaréis vuestra simpleza
y arrogantes os gozaréis en la arrogancia
y necios tendréis odio a la ciencia? Convertíos por mis reprensiones:
voy a derramar mi espíritu para vosotros,
os voy a comunicar mis palabras. Ya que os he llamado y no habéis querido,
he tendido mi mano y nadie ha prestado atención, habéis despreciado todos mis consejos,
no habéis hecho caso de mis reprensiones; también yo me reiré de vuestra desgracia,
me burlaré cuando llegue vuestro espanto, cuando llegue, como huracán, vuestro espanto,
vuestra desgracia sobrevenga como torbellino,
cuando os alcancen la angustia y la tribulación. Entonces me llamarán y no responderé,
me buscarán y no me hallarán. Porque tuvieron odio a la ciencia
y no eligieron el temor de Yahveh, no hicieron caso de mi consejo,
ni admitieron de mí ninguna reprensión; comerán del fruto de su conducta,
de sus propios consejos se hartarán. Su propio descarrío matará a los simples,
la despreocupación perderá a los insensatos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

No basta con la exhortación de la sabiduría, que es representada casi como una persona. Ésta "pregona por las calles, en las plazas alza su voz; grita por encima del tumulto, ante las puertas de la ciudad lanza sus pregones". En este versículo escuchamos el amor de Dios y su pasión para que alguien escuche su voz, que se hace grito, llamada, exhortación. ¿Qué debe hacer Dios por nosotros sino buscar de todas las formas posibles que escuchemos su voz y comunicarnos la sabiduría de su palabra? El pasaje acaba insistiendo en la necesidad de la escucha: "el que me escucha vivirá seguro, tranquilo y sin miedo a la desgracia". La escucha trae paz y seguridad, mientras que frecuentemente la vida es un tormento, porque quien busca con afán su propio bienestar y persigue su interés está siempre insatisfecho y no logra alcanzar esa paz y serenidad del corazón que las riquezas hacen creer que se posee. Sin embargo, entre estos dos extremos del pasaje, el grito del inicio y el resultado final, encontramos la amarga constatación de Dios ante hombres que no se escuchan más que a sí mismos: "Os llamé y no hicisteis caso, os tendí mi mano y nadie atendió, despreciasteis mis consejos, no aceptasteis mis advertencias". Debemos siempre interrogarnos sobre nuestra respuesta a la Palabra de Dios. Él insiste con nosotros, nos habla, nos corrige, como un padre y una madre nos sostiene en las dificultades, nos conduce hacia una vida serena y pacífica. Sin embargo muchas veces también nosotros nos tomamos muy poco en serio su consejo, y fácilmente humillamos su palabra en una vida dominada por el amor por nosotros mismos. Pero llega un momento en el que ya no se conseguirá escuchar más. Quien pospone, quien dice que escuchará mañana o bien que hoy está dominado por él mismo y por sus problemas, debe temer el endurecimiento del corazón: fácilmente le llevará lejos, hasta excluirle de la amistad de Dios. Lo que dice el texto no es una amenaza, sino la consecuencia de una vida invertida en escucharse a uno mismo: "... cuando os llegue, como huracán, el terror, cuando os sobrevenga la desgracia como torbellino, cuando os alcancen la angustia y la aflicción. Entonces me llamarán y no responderé, me buscarán y no me encontrarán". Cuando nos parece que Dios no nos escucha, en vez de lamentarnos deberíamos preguntarnos si no es la consecuencia de nuestro pecado y del hecho que durante demasiado tiempo no lo hemos escuchado y por tanto ya no tenemos las palabras para dirigirnos a él.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.