ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Antonio Abad. Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de enero

Recuerdo de san Antonio Abad. Siguió al Señor en el desierto egipcio y fue padre de muchos monjes. Jornada de reflexión sobre las relaciones entre judaísmo y cristianismo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Proverbios 4,1-9

Escuchad, hijos, la instrucción del padre,
estad atentos para aprender inteligencia, porque es buena la doctrina que os enseño;
no abandonéis mi lección. También yo fui hijo para mi padre,
tierno y querido a los ojos de mi madre, El me enseñaba y me decía:
"Retén mis palabras en tu corazón,
guarda mis mandatos y vivirás. Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia,
no la olvides, no te apartes de los dichos de mi boca.
No la abandones y ella te guardará,
ámala y ella será tu defensa. El comienzo de la sabiduría es: adquiere la sabiduría,
a costa de todos tus bienes adquiere la inteligencia. Haz acopio de ella, y ella te ensalzará;
ella te honrará, si tú la abrazas; pondrá en tu cabeza una diadema de gracia,
una espléndida corona será tu regalo".

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

De nuevo y con insistencia escuchamos: "Escuchad, hijos, las enseñanzas paternas, atended para adquirir inteligencia". La relación padre-hijo que es propuesta por el maestro sabio al discípulo, de Dios al hombre, se explica en su relación natural y familiar como para ayudar a su acogida: "También yo fui hijo de mi padre, amado con ternura por mi madre. Él me enseñaba diciéndome...". La invitación es insistente: "adquiere" la sabiduría y el conocimiento. La sabiduría "es mayor ganancia que la plata, es más rentable que el oro. Es más preciosa que las perlas, ninguna joya se le puede comparar" (Prov. 3,14-15). El valor inestimable de la sabiduría pide que el hombre invierta sus bienes para adquirirla. En un mundo que está dispuesto a gastar por su propio bienestar material y físico, la Palabra de Dios pide invertir en las cosas que no perecen. Lo repite más adelante de forma imperiosa: "El comienzo de la sabiduría está en adquirirla y obtener inteligencia con toda tu fortuna". Los frutos de la sabiduría se empiezan a ver cuando el hombre no tiene miedo de invertir sus bienes y su vida en ella. Amarla y estimarla conducen al hombre a la gloria. Nos podríamos preguntar por qué tanta insistencia. Los pasajes hasta ahora examinados no son más que una continua exhortación a buscar y a adquirir la sabiduría. Hay que reconocer que probablemente el autor se encuentra ante una sociedad no muy interesada en invertir en la búsqueda de una sabiduría y un conocimiento que vienen de Dios, de lo contrario no se comprendería el continuo volver sobre la invitación a buscar y a no olvidar la instrucción del Señor. En el versículo 3, ese "amado con ternura" por mi madre es en realidad el "hijo amado" al que toda madre da su amor preferencial. También nosotros somos hijos predilectos de Dios, y en cuanto tales Él querría que nosotros tratásemos de invertir en cuanto Él nos quiere dar a conocer con su palabra y sus enseñanzas. El amor tierno y paciente de Dios debería convencernos de que vale la pena escuchar su enseñanza, para no perdernos detrás de nosotros mismos. Adquiramos este tesoro invirtiendo todo lo que somos, porque de él vienen la alegría, la paz, la benevolencia y la sabiduría.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.