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Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo. Leer más

Libretto DEL GIORNO
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Jueves 16 de febrero

Recuerdo de Onésimo, esclavo de Filemón y hermano en la fe del apóstol Pablo.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Filemón 1,1-25

Pablo, preso de Cristo Jesús, y Timoteo, el hermano, a nuestro querido amigo y colaborador Filemón, a la hermana Apfia, a nuestro compañero de armas, Arquipo, y a la Iglesia de tu casa. Gracia y paz a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo. Doy gracias sin cesar a mi Dios, recordándote en mis oraciones, pues tengo noticia de tu caridad y de tu fe para con el Señor Jesús y para bien de todos los santos, a fin de que tu participación en la fe se haga eficiente mediante el conocimiento perfecto de todo el bien que hay en nosotros en orden a Cristo. Pues tuve gran alegría y consuelo a causa de tu caridad, por el alivio que los corazones de los santos han recibido de ti, hermano. Por lo cual, aunque tengo en Cristo bastante libertad para mandarte lo que conviene, prefiero más bien rogarte en nombre de la caridad, yo, este Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús. Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí. Te lo devuelvo, a éste, mi propio corazón. Yo querría retenerle conmigo, para que me sirviera en tu lugar, en estas cadenas por el Evangelio; mas, sin consultarte, no he querido hacer nada, para que esta buena acción tuya no fuera forzada sino voluntaria. Pues tal vez fue alejado de ti por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor!. Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo. Y si en algo te perjudicó, o algo te debe, ponlo a mi cuenta. Yo mismo, Pablo, lo firmo con mi puño; yo te lo pagaré... Por no recordarte deudas para conmigo, pues tú mismo te me debes. Sí, hermano, hazme este favor en el Señor. ¡Alivia mi corazón en Cristo! Te escribo confiado en tu docilidad, seguro de que harás más de lo que te pido. Y al mismo tiempo, prepárame hospedaje; pues espero que por vuestras oraciones se os concederá la gracia de mi presencia. Te saludan Epafras, mi compañero de cautiverio en Cristo Jesús, Marcos, Aristarco, Demás y Lucas, mis colaboradores. Que la gracia del Señor Jesucristo sea con vuestro espíritu.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

La historia de Onésimo, que escapó de su amo Filemón, nos recuerda a los muchos hombres y mujeres que todavía hoy continúan huyendo de su tierra. Se trata de millones de personas que buscan un futuro mejor para ellos y para sus familias. También ellos, al igual que Onésimo, buscan la libertad y una vida más humana. Por desgracia ante ellos continúan alzándose barreras para bloquear el flujo, por otro lado imparable. Onésimo en cambio fue acogido por Pablo que, a pesar de estar encadenado, le tocó el corazón comunicándole el Evangelio, hasta el punto de ponerse a servirle. Al enviar a Onésimo de vuelta a Filemón, el apóstol quiere que éste se conmueva y acoja nuevamente con amor a su esclavo. Pablo le escribe con la autoridad que le confiere estar encadenado a causa del Evangelio: "Pablo ya anciano, y además ahora preso de Cristo Jesús". Es la autoridad del amor la que impulsa a Pablo a interceder por Onésimo: "Te ruego en favor de mi hijo, a quien engendré entre cadenas, Onésimo, que en otro tiempo te fue inútil, pero ahora muy útil para ti y para mí". Pablo juega con la etimología de Onésimo, que en griego quiere decir "útil, ventajoso", y le pide a Filemón que acoja a ese "hijo" no ya como esclavo sino como "hermano querido". Escribe: "Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo". El apóstol muestra así la fuerza nueva que nace el Evangelio y que cambia de raíz las relaciones entre los hombres. No se anulan las relaciones sociales que regulaban la vida social de aquel tiempo. De hecho, Onésimo permanece en su condición social de esclavo. Sin embargo el Evangelio vence radicalmente la relación de esclavitud: amo y esclavo, tocados ambos por el Evangelio, están llamados a vivir como hermanos al servicio del mismo Señor. Es ese nuevo humanismo que la fuerza del Evangelio es capaz de engendrar incluso en nuestros días.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.