ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 29 de febrero


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Proverbios 29,1-27

El hombre que, reprendido, endurece la cerviz,
será pronto deshecho y sin remedio. Cuando los justos se multiplican, el pueblo se alegra,
cuando dominan los malos, el pueblo gime. El que ama la sabiduría, da alegría a su padre,
el que anda con prostitutas, disipa su fortuna. El rey, con la equidad, mantiene el país,
el hombre exactor lo arruina. El hombre que adula a su prójimo
pone una red bajo sus pasos. En el pecado del malo hay una trampa,
pero el justo se regocija y alegra. El justo conoce la causa de los débiles,
el malo no tiene inteligencia para conocerla. Los arrogantes turban la ciudad,
los sabios alejan la cólera. Cuando el sabio tiene un pleito con el necio,
ya se exaspere o se ría, no logrará sosiego. Los hombres sanguinarios odian al intachable,
los rectos van en busca de su persona. El necio da salida a toda su pasión;
el sabio la reprime y apacigua. Si un jefe hace caso de las palabras mentirosas,
todos sus servidores serán malos. El pobre y el opresor se encuentran,
Yahveh da la luz a los ojos de ambos. El rey que juzga con verdad a los débiles,
asegura su trono para siempre. Vara y reprensión dan sabiduría,
muchacho dejado a sí mismo, avergüenza a su madre. Cuando se multiplican los malos, se multiplican los delitos,
pero los justos contemplarán su caída. Corrige a tu hijo y te dejará tranquilo;
y hará las delicias de tu alma. Cuando no hay visiones, el pueblo se relaja,
pero el que guarda la ley es dichoso. No se corrige a un siervo con palabras,
porque aunque las entienda, no las cumple. ¿Has visto un hombre dispuesto siempre a hablar?
más se puede esperar de un necio que de él. Si se mima a un esclavo desde niño,
al final será un ingrato. El hombre violento provoca querellas,
el hombre airado multiplica los delitos. El orgullo del pobre lo humillará;
el humilde de espíritu obtendrá honores. El que reparte con ladrón se odia a sí mismo,
oye la imprecación, pero no revela nada. Temblar ante los hombres es un lazo;
el que confía en Yahveh está seguro. Son muchos los que buscan el favor del jefe,
pero es Yahveh el que juzga a cada uno. Abominación para los justos es el hombre inicuo
abominación para el malo el de recto camino.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Un primer grupo de proverbios reunidos en este capítulo se refiere a la autoridad y a los políticos. Se encuentran en los versículos 2, 4, 8, 12, 14, 16, 18 y 26. Éstos se abren con una afirmación que vuelve de inmediato: "Cuando predominan los justos, el pueblo se alegra; cuando dominan los malvados, el pueblo se lamenta". Y en el versículo 16: "Cuando abundan los malvados, se multiplican los delitos, pero los justos serán testigos de su caída". La Palabra de Dios entra en la historia y se preocupa porque la vida de los hombres no esté dominada por el mal. La justicia se presenta como un valor imprescindible, porque ésta regula las relaciones con el prójimo. La justicia produce alegría y prosperidad, es más, consolida el reino: "Rey que juzga con justicia a los débiles afirma su trono para siempre". Este proverbio debería sonar como una advertencia en una sociedad donde los pobres son despreciados y tratados con discriminación. La injusticia en relación a ellos provoca siempre la ruina. Un segundo grupo de proverbios, relacionado con el primero, se refiere de nuevo a la oposición entre el malvado y el justo (vv. 7, 10, 11, 22, 23, 25 y 27). Como en otras partes del libro, justo, sabio y humilde son la expresión de la forma de vivir del hombre que se confía en el Señor escuchando su palabra y no a sí mismo: "El miedo tiende una trampa al hombre, el que confía en el Señor estará protegido" (v. 25). En efecto, justicia, sabiduría y humildad son los que hacen bella y alegre la vida de un hombre: "El propio orgullo humilla al hombre, el espíritu humilde obtiene honores" (v. 23). Cómo no recordar el dicho evangélico: "El que se humille será ensalzado, el que se exalta será humillado". "El justo reconoce los derechos del pobre" (v. 7), se hace cargo de ellos, mientras que el malvado tiende a su interés. Al final, un último grupo de proverbios trata sobre los valores de la sabiduría, con especial insistencia en la corrección. Profundo aquel proverbio que se refiere a los jóvenes, por tanto a la educación: "Vara y corrección dan sabiduría, muchacho consentido avergüenza a su madre" (v. 15). Muchas veces la corrección ha como desaparecido de los procesos educativos de los pequeños y de los jóvenes, como si fuera una actitud vieja, contra la libertad individual. Pero esto es también la consecuencia de la incapacidad de escuchar a los demás y de hablar con los demás, como si cada uno de nosotros no tuviera necesidad de ser ayudado a comprender y a escoger, y estuviera en grado de hacerlo solo. El rechazo a la corrección es desgraciadamente la consecuencia de una idea individualista de vivir, que provoca incapacidad para el diálogo y hace crecer el orgullo que impide aceptar la ayuda de los demás.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.