ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 1 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Proverbios 30,1-14

Palabras de Agur, hijo de Yaqué, de Massá. Oráculo de este hombre para Itiel, para Itiel y para Ukal. ¡Soy el más estúpido de los hombres!
No tengo inteligencia humana. No he aprendido la sabiduría,
¿y voy a conocer la ciencia de los santos? ¿Quién subió a los cielos y volvió a bajar?
¿quién ha recogido viento en sus palmas?
¿quién retuvo las aguas en su manto?
¿quién estableció los linderos de la tierra?
¿Cuál es su nombre
y el nombre de su hijo, si es que lo sabes? Probadas son todas las palabras de Dios;
él es un escudo para cuantos a él se acogen. No añadas nada a sus palabras,
no sea que te reprenda
y pases por mentiroso. Dos cosas te pido.
no me las rehúses antes de mi muerte: Aleja de mí la mentira y la palabra engañosa;
no me des pobreza ni riqueza,
déjame gustar mi bocado de pan, no sea que llegue a hartarme y reniegue,
y diga: "¿Quién es Yahveh?".
o no sea que, siendo pobre, me dé al robo,
e injurie el nombre de mi Dios. No calumnies a un siervo ante su amo
no sea que te maldiga y tengas que pagar la pena. Hay gente que maldice a su padre,
y a su madre no bendice, gente que se cree pura
y no está limpia de su mancha, ¡gente de qué altivos ojos,
cuyos párpados se alzan!; gente cuyos dientes son espadas,
y sus mandíbulas cuchillos,
para devorar a los desvalidos echándolos del país
y a los pobres de entre los hombres.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Este capítulo contiene una colección más de proverbios, puestos bajo el nombre de Agur. Vemos cómo el libro recoge enseñanzas maduradas en distintos periodos de la historia de Israel y nos las ofrece para que las meditemos. La primera parte del capítulo se detiene sobre dos aspectos de la búsqueda de la sabiduría. El primero de ellos pone de relieve la dificultad que conlleva dicha búsqueda. Ante la grandeza de Dios y la dificultad de entender su sabiduría, todos somos poca cosa, nunca lo suficientemente inteligentes para comprender su voluntad: "¡Soy el más estúpido de los hombres! No tengo inteligencia humana, no he aprendido la sabiduría, ni conozco la ciencia santa". De hecho, ¿quién puede conocerla? Todos somos pequeños e ignorantes ante él, que a pesar de todo no escatima su palabra para que todos podamos escucharla. Así, en la segunda parte se exalta la Palabra de Dios, que es pura y se convierte en protección para el hombre que la acoge: "Toda palabra de Dios está garantizada; él es un escudo para cuantos refugian en él. No añadas nada a sus palabras". Nosotros estamos acostumbrados a añadir cosas de nuestra parte a la Palabra de Dios; a veces la reducimos a nuestras ideas, nuestros planes y proyectos, privándola así de su fuerza de transformación. Ante todo escuchémosla, para que ella impida que caigamos en la "falsedad" y la "mentira". Es la escucha lo que hace posible adquirir la sabiduría. La Palabra de Dios ayuda a hacer un uso sabio de la palabra humana; de aquí nace la invitación a no "calumniar", así como la indicación de los últimos versículos, que nos muestran las consecuencias de no acoger la Palabra de Dios. "Hay gente que maldice" en lugar de bendecir; otros se creen puros, olvidando que la Palabra de Dios purifica; otros se enaltecen. Otros, en suma, usan la palabra como un arma para humillar y eliminar a los demás, sobre todo a los pobres: "Hay gente con dientes como espadas, y mandíbulas como cuchillos, para devorar a los humildes del país y a los pobres de la tierra". Vemos perfectamente cuánta violencia se genera contra los pobres mediante las palabras: palabras de desprecio, de condena, encaminadas a apartarlos de nuestra presencia. Pero el Señor es su protector y su defensa, y nosotros -juntamente con él- nos hacemos cargo de sus sufrimientos, para que se les haga justicia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.