ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 13 de marzo


Lectura de la Palabra de Dios

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Primera Timoteo 3,8-13

También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos. Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean casados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa. Porque los que ejercen bien el diaconado alcanzan un puesto honroso y grande entereza en la fe de Cristo Jesús.

 

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Gloria a ti, oh Señor, sea gloria a ti

Junto al cargo de "epíscopo" Pablo recuerda el de diácono. Se trata de un ministerio especialmente importante en la vida de las primeras comunidades cristianas. Los Hechos de los Apóstoles narran su elección y la tarea que se les confiaba para la armonía en la vida de los hermanos. Pablo pide que sean probados antes de ser elegidos, porque su servicio a la vida de la comunidad es particularmente delicado: fueron instituidos por los Apóstoles para resolver la primera grave crisis que se abatió sobre la comunidad apostólica, la de la ayuda a las viudas procedentes del mundo helenístico, que habían sido descuidadas en relación con las de Jerusalén (Hch 6, 1-7). Pablo pide que sólo después de haberse cerciorado de su conducta se elijan discípulos para el servicio diaconal. Una vez elegidos y ordenados están llamados a conservar "el misterio de la fe con una conciencia pura", ya que asisten a los pobres, predican y bautizan. Nada daña tanto la fe como el orgullo, y el protagonismo que niega con los hechos la verdad del ser "siervos" inscrita en el término mismo de diácono. Se podría también decir que ellos muestran al obispo y a todos los creyentes que la vida del discípulo debe ser siempre "diaconal", es decir, un servicio continuo al Evangelio, a la comunidad y a los pobres. Pablo menciona también aquí a las mujeres, quizá las esposas de los diáconos, o aquellas que desempeñaban tareas de servicio en la comunidad, de las que habla un poco más adelante (5, 9-16), y entre las cuales se menciona a Febe, diaconisa "de la iglesia de Cencreas" (Rm 16, 1). Ellas, por desarrollar actividades significativas en la comunidad, deben ser "dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo". Como para los obispos, también se pide que los diáconos se hayan casado una sola vez. Pablo tiene en gran estima el diaconado, y escribe a Timoteo que "ejercerlo bien" permite alcanzar un "puesto honroso", obviamente no en el sentido mundano del escalafón social sino en esa sensibilidad evangélica que confía al "siervo", es decir, al "diácono", el primado en la Iglesia.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.