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Memoria de los santos y de los profetas
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Memoria de los santos y de los profetas

Recuerdo de san Marcos evangelista; compartió con Bernabé y Pablo, y luego con Pedro, el empeño por testimoniar y predicar el Evangelio. Es el autor del primer Evangelio escrito. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 25 de abril

Recuerdo de san Marcos evangelista; compartió con Bernabé y Pablo, y luego con Pedro, el empeño por testimoniar y predicar el Evangelio. Es el autor del primer Evangelio escrito.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 5,1-14

A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita. De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos; revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá, afianzará, robustecerá y os consolidará. A él el poder por los siglos de los siglos. Amén. Por medio de Silvano, a quien tengo por hermano fiel, os he escrito brevemente, exhortándoos y atestiguándoos que esta es la verdadera gracia de Dios; perseverad en ella. Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así como mi hijo Marcos. Saludaos unos a otros con el beso de amor. Paz a todos los que estáis en Cristo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hoy la Iglesia de Occidente, junto a la bizantina copto-siriaca, recuerdan al evangelista Marcos. Primo de Bernabé, desde joven frecuentaba la comunidad de los discípulos de Jesús que se reunía en casa de su madre, como recuerdan los Hechos (12, 12). La tradición quiere verlo también en el joven que durante la pasión huyó de la captura de los guardias dejando en sus manos el lienzo que le cubría, como para recordarnos que para seguir a Jesús hay que abandonar todo. Criado en la escuela de la primera comunidad, Marcos acompañó posteriormente a Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero. Después fue con Pedro, siguiéndolo hasta Roma. Escribe la antigua tradición "que fue discípulo e intérprete de Pedro, a pesar de no haber seguido y escuchado al Señor". En Roma, accediendo a las numerosas peticiones de los cristianos de la ciudad, escribió el Evangelio que lleva su nombre. Es el primer Evangelio escrito y recoge el testimonio de la predicación de Pedro en la capital del imperio. La conclusión de la primera carta de Pedro sitúa a Marcos junto al apóstol en Babilonia, nombre con el que se designaba a Roma, aludiendo a la situación difícil de los cristianos, parecida a la de Israel en el exilio de Babilonia (587-538 a.C.). El último capítulo de la carta está lleno de preocupación y de afecto. El apóstol, que soporta un momento de gran sufrimiento, exhorta a los cristianos a vivir en la humildad confiando toda preocupación a Dios, sin constituir un peso sobre la vida de los hermanos, y a estar preparados para resistir a la violencia del mal. La caridad y la paz, dones preciosos de Dios a sus hijos, deben caracterizar la vida de los discípulos del Señor.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.