ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 22 de mayo


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Efesios 3,14-21

Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pablo, frente a la revelación de la insondable riqueza de Cristo, "dobla sus rodillas ante el Padre" y reza por los efesios. Le pide a Dios que el Espíritu los haga fuertes fortaleciendo en ellos al hombre interior. El Espíritu es la fuerza de Dios que obra en lo más hondo del corazón, lugar de las decisiones, de las opciones, de los pensamientos. Precisamente en el corazón empieza el cambio y es allí donde baja Cristo con su palabra y su gracia. Desde el inicio de su predicación había invitado a los discípulos a vivir la interioridad: "Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,6). Pedir al Padre la fuerza del Espíritu significa pedir una mayor conformidad a Cristo, para dejarse guiar por la fuerza transformadora de su amor. La presencia de Cristo abre el corazón y la mente a la comunión con los hermanos y las hermanas. Él lo impulsa a vivir, a pensar, a actuar como él mismo vivió y obró. La sustancia de esta experiencia de Cristo es el amor, el agape, el horizonte infinito hacia el que se avanza. La epístola lo expresa eficazmente con la imagen de la planta (estar arraigado) y de la edificación (estar cimentado). El apóstol reza también para que los cristianos de Éfeso comprendan "con todos los santos la anchura y la longitud, la altura y la profundidad" del amor de Cristo. El misterio de Dios se puede comprender solo en el amor, solo en una vida de discípulo y de testimonio vivida en la comunidad, "con todos los santos". Conocer el misterio (que incluye la escucha de la Palabra) tiene una dimensión eclesial indispensable: se comparten las mismas verdades y sobre todo se experimentan junto a los demás. En el amor recíproco el hermano es el mediador del conocimiento mismo de Cristo. En la fraternidad el Espíritu actúa para que crezcamos interiormente. Por eso la vida común con los hermanos es indispensable para conocer a Cristo. La oración de Pablo culmina en una última súplica: que se llenen de toda la plenitud de Dios. En la parte inicial de la epístola se habla de la plenitud (plerôma) de la Iglesia que rebosa con la plenitud de Cristo (1,23). Ahora los creyentes están llamados a participar en la plenitud de Dios: el Padre es el término último al que nos quiere llevar Cristo. Alcanzada dicha meta, es decir, una vez nos ha llevado al seno del Padre, Cristo ha terminado su obra de reconciliación y deja espacio al Padre para que sea uno en todos, como escribía Pablo: "Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos" (1 Co 15,28). El apóstol concluye con una alabanza: la unidad de la humanidad es la gloria de Dios, la revelación de su amor que será siempre sobreabundante, más allá de toda comprensión nuestra y más allá de nuestras expectativas. A él, pues, gloria "en la Iglesia y en Cristo Jesús".

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.