ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Romualdo (950-1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 19 de junio

Recuerdo de san Romualdo (950-1027), anacoreta y padre de los monjes camaldulenses.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Santiago 1,9-11

El hermano de condición humilde gloríese en su exaltación; y el rico, en su humillación, porque pasará como flor de hierba: sale el sol con fuerza y seca la hierba y su flor cae y se pierde su hermosa apariencia; así también el rico se marchitará en sus caminos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El valor de cada persona no radica en las cosas que posee y de las que puede alardear ante los demás, sino solo en ser rico ante Dios. Solo lo que tiene valor ante el Señor permanece eternamente y no puede ser robado ni corroído por la polilla, como sugiere el Evangelio (cf. Lc 12,33). Ya el profeta Jeremías escribía: "Así dice el Señor: No se alabe el sabio por su sabiduría, ni se alabe el valiente por su valentía, ni se alabe el rico por su riqueza; mas en esto se alabe quien se alabare: en tener seso y conocerme, porque yo soy el Señor, que hago merced, derecho y justicia sobre la tierra, porque en eso me complazco" (Jr 9,22-23). Y el Eclesiástico, dirigiéndose tanto a los ricos como a los pobres, les indica cuál es la verdadera riqueza que deben buscar: "Ricos, distinguidos o pobres, sea su orgullo el temor del Señor" (Si 10,21). Santiago, retomando la imagen del libro de Isaías que compara al hombre con una "hierba" (40,6-7) que se seca y marchita en un día, exhorta a los discípulos de Jesús a plantearse la debilidad y la fragilidad de su condición de criaturas. Pero tomar conciencia de esta fragilidad no debe llevar a los creyentes al pesimismo y a la tristeza, porque Dios ha elegido a hombres débiles y frágiles para infundirles en el corazón su amor y hacerles partícipes de su proyecto de salvación. La verdadera riqueza, que resiste incluso a la muerte y de la que los creyentes pueden gloriarse, es el amor del Señor vertido en sus corazones. Todo creyente puede hacer suya la exhortación del apóstol Pablo: "El que se gloríe, gloríese en el Señor" (1 Co 1,31). Como veremos a continuación, Santiago se dirige a una comunidad en la que hay personas provenientes de distintos estratos sociales y que fácilmente asimila roles y condicionamientos del mundo. Por eso recuerda a los que son de más humilde condición que se alegren porque han encontrado a aquel que les ensalza y al rico le recuerda que se alegre de su humillación, porque eso le ayuda a comprender que la vida no depende de los bienes ni del aspecto físico. El don de la sabiduría hace que cada cual encuentre su justa medida en la vida, abandonando el fácil orgullo que ensalza y también la resignación de quien se siente inútil. Santiago recuerda que hay que dejar en manos de Dios la posibilidad de ensalzar o rebajar, porque no somos en absoluto dueños de la vida. No encontraremos protección en las cosas, sino únicamente en aquel que ama la debilidad de los hombres y prepara para ellos un lugar en su casa del cielo. Los pobres y los ricos no son dos mundos opuestos, separados por aquel abismo que no permitía que el rico ya en vida viera y amara al pobre Lázaro. Para Santiago pobres y ricos son hermanos que deben vivir no según la lógica del mundo sino según la lógica de Dios, teniendo siempre en cuenta que su condición humana hace que sean poca cosa y frágiles.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.