ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 10 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 1,13-21

Por lo tanto, ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque santo soy yo. Y si llamáis Padre a quien, sin acepción de personas, juzga a cada cual según sus obras, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro, sabiendo que habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros; los que por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, tras haber destacado la alegría que deben tener los discípulos para salvarse de la soledad y de la tristeza, les exhorta a estar atentos, sobrios y listos para partir. Hay que llevar a cabo un nuevo éxodo. El apóstol lo sugiere con la antigua exhortación que escuchó el pueblo de Israel cuando estaba a punto de salir de Egipto: "ceñíos los lomos de vuestro espíritu". Se trata de un éxodo espiritual, es decir, un camino interior que lleva al creyente a identificarse con Jesús, a vivir según el Evangelio. La imagen del éxodo que Pedro utiliza reclama que los creyentes tengan una conducta de vida consecuente. Al igual que el antiguo pueblo de Israel, también el nuevo debe abandonar la mentalidad egoísta de este mundo y asumir los rasgos propios de los hijos de Dios. Pedro llama a la conversión, es decir, a no dejarse guiar por el amor a uno mismo sino por Dios, escuchando y obedeciendo su Palabra. De ese modo se llega a ser hijo de Dios y hay que comportarse como tal. En eso se basa Pedro para su segunda exhortación, que proviene directamente del inicio de la "Ley de santidad" que encontramos en el Levítico (Lv 17-26): "También vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como está escrito: Seréis santos, porque santo soy yo". El "temor de Dios", del mismo modo que es el principio de la sabiduría, también introduce a la santidad, aquel modo de vivir no según uno mismo, sino en amistad con el Señor y en íntima comunión con Dios. Los discípulos de Jesús, llamados a la libertad siguiendo la estela de la antigua exhortación bíblica, reciben la indicación de la meta de su peregrinación: el santuario que es la santidad. Es un cometido que parte directamente de Dios, de la ambición que tiene por sus hijos. El Señor, efectivamente, quiere que seamos santos como Él. Es una meta que parece imposible. Y es así si miramos nuestra pequeñez y nuestro pecado. Pero el Señor nos ha amado y nos ha elegido para ello. Somos tan preciosos para él que pagó un caro precio por nuestro rescate: "la sangre preciosa" de Cristo. Redimidos por la sangre de Jesús, renacidos a una vida nueva, podemos dirigirnos a Dios -es la tercera observación del apóstol- como a un Padre, bueno y grande en amor, en el que podemos depositar toda nuestra confianza.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.