ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 17 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 3,8-12

En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición. Pues quien quiera amar la vida
y ver días felices,
guarde su lengua del mal,
y sus labios de palabras engañosas, apártese del mal y haga el bien,
busque la paz y corra tras ella. Pues los ojos del Señor miran a los justos
y sus oídos escuchan su oración,
pero el rostro del Señor contra los que obran el mal.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro sabe que es muy importante la concordia en la vida de la comunidad. Por eso siente la exigencia de reproponerla inscribiéndola en el espíritu de las bienaventuranzas: ser compasivo, fraterno y humilde de corazón. Como telón de fondo de esta exhortación encontramos la exhortación inicial a la santidad que Jesús había subrayado en el sermón de la montaña: "Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Pedir vencer el mal con el bien, controlar la lengua y buscar la paz y la justicia son peticiones que no tienen el sabor de una utopía inalcanzable aunque conservan la dimensión de la "heroicidad" que encontramos en el Evangelio. Atenuar dicha heroicidad o, peor aún, eliminarla significa hacer vano al mismo Evangelio. Los discípulos saben que no deben ser menos que su Maestro y que al igual que él están llamados a bendecir y no a maldecir. Además, la tarea de los cristianos no es salvarse a sí mismos, sino servir al mundo para liberarlo del pecado y de la muerte. Los cristianos, ante el mundo, están llamados a llevar a cabo una especia de ministerio de bendición: humanizar el mundo que corre el peligro de hacerse cada vez más cruel e inhumano. Su obra es más urgente si cabe en este tiempo en el que la prepotencia y la violencia parecen dominar cada vez más ciudades y países enteros. Frente a la difusión de una violencia cada vez más ciega, suena especialmente severa la exhortación del apóstol a alejarse del mal y a hacer el bien, a buscar la paz y seguirla. Se trata de no resignarse al mal y a su acción y seguir de todos modos el gran bien que es la paz, no respondiendo a la violencia con violencia. No es una decisión resignada. Al contrario, es el único camino para derrotar al mal. El apóstol recuerda que sobre los creyentes que gastan su vida por la paz y por la justicia se ponen "los ojos del Señor" y sus orejas están atentas a su oración.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.