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Memoria de los pobres
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Memoria de los pobres

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de los pobres
Lunes 23 de julio

Recuerdo de san Antonio de las cuevas de Kiev (+1073). Padre de los monjes rusos, junto a san Teodosio, está considerado el fundador del Monasterio de las cuevas.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Pedro 4,12-19

Queridos, no os extrañéis del fuego que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria. Dichosos de vosotros, si sois injuriados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de gloria, que es el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros. Que ninguno de vosotros tenga que sufrir ni por criminal ni por ladrón ni por malhechor ni por entrometido: pero si es por cristiano, que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre. Porque ha llegado el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios. Pues si comienza por nosotros, ¿qué fin tendrán los que no creen en el Evangelio de Dios? Si el justo se salva a duras penas ¿en qué pararán el impío y el pecador? De modo que, aun los que sufren según la voluntad de Dios, confíen sus almas al Creador fiel, haciendo el bien.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Pedro, por segunda vez, como si quisiera mostrar su afecto por aquellos cristianos que sufrían la dureza de la persecución, los llama una vez más "queridos". Tal vez la violencia que se cierne sobre ellos y que el apóstol compara a un incendio es especialmente fuerte. Les exhorta, no obstante, a no sorprenderse por ello: es normal que en la vida del discípulo no falte el sufrimiento provocado por la oposición al Evangelio. Es más, añade que deben incluso alegrarse porque de ese modo participan en los sufrimientos mismos de Jesús. Es el camino que los discípulos deben recorrer para obtener su misma gloria con la resurrección. Efectivamente, a los ojos de Dios ningún dolor es intranscendente y ningún sacrificio es vano. Existe un misterio y al mismo tiempo un ministerio del sufrimiento que manifiesta la verdad salvífica de la cruz: en la cruz empieza la salvación. No es Dios, el que envía el mal y el sufrimiento, y aún menos, la muerte. Y nosotros, en el sufrimiento, nos solidarizamos con Él, que sufrió por todos nosotros. Los discípulos de Jesús están llamados a participar en "los sufrimientos de Cristo" cooperando con él para la salvación del mundo. Por eso imitar a Cristo sigue siendo el ideal más elevado del discípulo, aquello a lo que debe tender con todas sus fuerzas, aquello que debe desear por encima de todas las cosas y que debe implorar constantemente en la oración. Tal vez, precisamente para subrayar esa imitación, Pedro utiliza aquí el término "cristiano" para referirse al discípulo de Jesús. Es un término que se utiliza solo tres veces en el Nuevo Testamento, dos en los Hechos y la tercera en esta epístola. Todo ello indica que ese nombre encierra toda la grandeza del discípulo, y no es ninguna casualidad que Pedro lo utilice cuando habla de los sufrimientos infligidos a los discípulos. Podríamos decir que el discípulo, cuando recibe los sufrimientos como los recibió Cristo, se convierte precisamente en "cristiano", discípulo hasta el fondo.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.