ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de los santos y de los profetas
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Memoria de los santos y de los profetas
Miércoles 1 de agosto


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes son una estirpe elegida,
un sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido por Dios
para proclamar sus maravillas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Pedro 2,15-21

Abandonando el camino recto, se desviaron y siguieron el camino de Balaam, hijo de Bosor, que amó un salario de iniquidad, pero fue reprendido por su mala acción. Un mudo jumento, hablando con voz humana, impidió la insensatez del profeta. Estos son fuentes secas y nubes llevadas por el huracán, a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas. Hablando palabras altisonantes, pero vacías, seducen con las pasiones de la carne y el libertinaje a los que acaban de alejarse de los que viven en el error. Les prometen libertad, mientras que ellos son esclavos de la corrupción, pues uno queda esclavo de aquel que le vence. Porque si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera. Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que le fue transmitido.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ustedes serán santos
porque yo soy santo, dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol exhorta a los creyentes a no sucumbir ante el mal que sutilmente se insinúa en la vida de la comunidad cristiana. El camino del mal es como "el camino de Balaán". Aquí la epístola da una interpretación distinta de la narración bíblica del libro de los Números (cfr. Nm 22-23), donde en realidad Balaán fue tentado por la riqueza que le ofrecía el rey de Moab, pero obedeció al Señor, aunque fuera el asna la que le indicó el camino de la obediencia. Nos encontramos probablemente ante una tradición que circulaba en el tiempo del autor de la epístola, que subraya la codicia de Balaán al dejarse corromper por el rey de Moab. Balaán, que debía hablar en nombre del Señor, según la epístola de Pedro se sintió atraído por la avaricia de acumular riqueza para él y se desvió de la profecía. Pero una asna que habló en su lugar y lo recondujo al camino justo lo puso en evidencia. La obediencia a la Palabra de Dios impide las "palabras altisonantes pero vacías". De hecho, quien no se alimenta de ella se convierte en "fuente seca". Toda acción y toda palabra que no nace de un corazón dedicado a escuchar al Señor no solo no da fruto alguno sino que lleva a la destrucción. La presunta libertad de vivir pensando solo en uno mismo es en realidad una terrible esclavitud. Y Pedro advierte que cada uno es "esclavo de aquel que le vence". Era un principio del antiguo derecho de guerra: el vencido se convertía en propiedad del vencedor. Pues bien, el mal, el pecado, el egoísmo obran para someter el corazón de los creyentes. Quien se deja derrotar acaba siendo su esclavo. Por eso el apóstol exhorta a los creyentes a estar atentos y vigilantes para no caer en las tramas del mal. No basta vivir en la comunidad y respetar sus ritmos. No estamos a salvo de la esclavitud del mal y del pecado. Por eso Pedro indica: "Si, después de haberse alejado de la impureza del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, se enredan nuevamente en ella y son vencidos, su postrera situación resulta peor que la primera". El ejemplo del perro que vuelve a su vómito y de la puerca lavada que se revuelca en el cieno demuestran la preocupación del apóstol para que los creyentes no se alejen del amor del Señor y de la obediencia a su Palabra, para no quedar atrapados en las tristes redes del pecado.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.