ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Iglesia
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Iglesia

Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea Conakry que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Iglesia
Jueves 2 de agosto

Recuerdo de Yaguine y Fodé, dos jóvenes de 15 y 14 años de Guinea Conakry que murieron de frío en 1999 en el tren de aterrizaje de un avión en el que se habían escondido para llegar a Europa, donde soñaban poder estudiar. Recuerdo del beato Ceferino Jiménez Malla, mártir gitano.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Segunda Pedro 3,1-7

Esta es ya, queridos, la segunda carta que os escribo; en ambas, con lo que os recuerdo, despierto en vosotros el recto criterio. Acordaos de las predicciones de los santos profetas y del mandamiento de vuestros apóstoles que es el mismo del Señor y Salvador. Sabed ante todo que en los últimos días vendrán hombres llenos de sarcasmo, guiados por sus propias pasiones, que dirán en son de burla: «¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la creación». Porque ignoran intencionadamente que hace tiempo existieron unos cielos y también una tierra surgida del agua y establecida entre las aguas por la Palabra de Dios, y que, por esto, el mundo de entonces pereció inundado por las aguas del diluvio, y que los cielos y la tierra presentes, por esa misma Palabra, están reservados para el fuego y guardados hasta el día del Juicio y de la destrucción de los impíos.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol está preocupado por los peligros que se ciernen sobre la vida de las comunidades cristianas. Y por eso les envía una segunda epístola. Por nuestra parte podríamos decir que no basta escuchar la predicación del Evangelio de una vez por todas. Hay que continuar alimentándose a diario de ese pan que sostiene la vida de todo creyente y de la misma comunidad. Pedro lo sabe bien y recuerda: "Con mi exhortación, quiero despertar en vosotros el recto criterio. Acordaos de las predicciones de los santos profetas". Los falsos maestros, por otra parte, no dejaban de intentar que la comunidad no creyera en la palabra de los profetas. El ejemplo que aportaban para desacreditar la predicación apostólica era la constatación de que el preanunciado retorno de Cristo no llegaba. Con esta acusación deslegitimaban la predicación apostólica, acusándola de mentirosa, y consideraban que el Evangelio no tenía ninguna eficacia. Decían: "¿Dónde queda la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los Padres, todo sigue como al principio de la creación". Es una objeción que oímos todavía hoy cuando, por ejemplo, se afirma que el Evangelio no ha cambiado para nada el mundo y las cosas se quedan igual y se quedarán siempre igual. Una idea así, al mismo tiempo que lleva a abandonar el Evangelio o al menos a no escucharlo como palabra fuerte y eficaz, refuerza la resignación y consolida el egoísmo y la atención únicamente por uno mismo. Pedro, en cambio, pide a los creyentes que recuerden la fuerza de la Palabra de Dios: de ella surgió toda la creación y por ella todo sigue aún con vida. Precisamente el inicio de la Biblia nos recuerda que todo vino a la luz por la fuerza eficaz de la Palabra de Dios. Hasta diez veces leemos "Y Dios dijo". Y todo fue como Dios había dicho. Por eso el apóstol pide a los creyentes que tengan en cuenta toda la tradición bíblica y que vean, a través de esta, la potencia de la Palabra que sale de la boca del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.