ORACIÓN CADA DÍA

Memoria de la Madre del Señor
Palabra de dios todos los dias

Memoria de la Madre del Señor

Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor, que en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Memoria de la Madre del Señor
Martes 14 de agosto

Recuerdo de san Maximiliano Kolbe, sacerdote mártir del amor, que en el campo de concentración de Auschwitz aceptó morir para salvar la vida de otro hombre.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 3,11-18

Pues este es el mensaje
que habéis oído desde el principio:
que nos amemos unos a otros. No como Caín,
que, siendo del Maligno, mató a su hermano.
Y ¿por qué le mató?
Porque sus obras eran malas,
mientras que las de su hermano eran justas. No os extrañéis, hermanos,
si el mundo os aborrece. Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,
porque amamos a los hermanos.
Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino;
y sabéis que ningún asesino
tiene vida eterna permanente en él. En esto hemos conocido lo que es amor:
en que él dio su vida por nosotros.
También nosotros debemos dar la vida por los hermanos. Si alguno que posee bienes de la tierra,
ve a su hermano padecer necesidad
y le cierra su corazón,
¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos,
no amemos de palabra ni de boca,
sino con obras y según la verdad.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

El apóstol, enlazando con lo que acaba de decir sobre el amor de los hermanos, reafirma la primacía de dicho amor y recuerda que las primeras palabras que los cristianos oyeron -y que el apóstol proclamó desde el inicio- fueron las de "amarse unos a otros". Solo en el amor fraterno los hombres se salvarán de la violencia homicida. El ejemplo de Caín (que era "del Maligno") demuestra de manera eficaz la fuerza homicida que esconden el egoísmo y el orgullo. El cristiano es la antítesis exacta de Caín. No solo "no odia" al otro; debe "amarlo". Jesús lo dijo en el sermón de la montaña: "Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano 'imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehenna de fuego" (Mt 5,21-22). El amor se hace principio inspirador de toda la vida del discípulo de Jesús. Y el amor del enemigo es la prueba definitiva de un amor universal, que va más allá de esquemas e incluso de la comprensión humana. Por eso viene de Dios y es paradójico para la comprensión normal de toda persona. Quien no ama cae en las fauces del diablo que por la indiferencia le hace caer en el abismo de la complicidad con el mal. No hay medias tintas entre el amor y el odio: o se elige el primero o se es esclavo del segundo. Y es precisamente esa radical inconciliabilidad lo que comporta la oposición del mundo hacia los cristianos: el amor es bloqueado violentamente por quien está lejos de él y quiere eliminarlo de la vida. Eso es lo que le sucedió a Jesús y lo que continúa pasando a sus discípulos cada vez que testimonian el mandamiento del amor. Pero quien ama a sus hermanos ya está en la vida, y la muerte ya no tiene poder sobre él. El cristiano está llamado a dar testimonio de amor no con las palabras sino con los hechos, es decir, con el servicio concreto a los más pobres y con la decisión diaria de reconciliación y de comunión con todos. En eso se manifiesta el amor del Señor.

PALABRA DE DIOS TODOS LOS DÍAS: EL CALENDARIO

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.