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Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por la Paz
Jueves 16 de agosto

Recuerdo de san Esteban († 1038), rey de Hungría. Se convirtió al Evangelio y fomentó la evangelización en su país.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Primera Juan 3,19-24

En esto conoceremos que somos de la verdad,
y tranquilizaremos nuestra conciencia ante Él, en caso de que nos condene nuestra conciencia,
pues Dios es mayor que nuestra conciencia
y conoce todo. Queridos,
si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios, y cuanto pidamos
lo recibimos de él,
porque guardamos sus mandamientos
y hacemos lo que le agrada. Y este es su mandamiento:
que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo,
y que nos amemos unos a otros
tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos
permanece en Dios y Dios en él;
en esto conocemos que permanece en nosotros:
por el Espíritu que nos dio.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

L’apostolo continua a insistere perché i credenti siano consapevoli che la loro salvezza sta nell’essere in comunione con Dio, da raggiungere attraverso la comunione con i fratelli. Tale principio contrasta radicalmente l’istinto a concentrarsi su se stessi, a preoccuparsi per le proprEl apóstol continúa insistiendo para que los creyentes sean conscientes de que su salvación pasa por estar en comunión con Dios, comunión que se alcanza a través de la comunión con los hermanos. Dicho principio contrasta radicalmente con el instinto de concentrarse en uno mismo, de preocuparse por las cosas de uno mismo, tanto si es para exaltarse como si es para culpabilizarse. La conclusión es la misma: poner en el centro el propio yo. El egoísmo no nos hace más seguros. Al contrario, hace que el corazón sea más inestable, más sujeto al instinto, a los sentimientos. Lo decía bien el profeta Jeremías: "El corazón es lo más retorcido; no tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, exploro el corazón..." (17,9-10). El apóstol nos invita a levantar la mirada hacia Dios para que veamos que su corazón es mucho más grande que el nuestro. Además, toda la historia de la salvación manifiesta la grandeza y la generosidad del amor de Dios que se inclinó hasta llegar a lo más bajo de entre los hombres para salvarnos. Juan recuerda que nuestra seguridad se basa en este amor. La estabilidad del cristiano no depende de sus capacidades, de sus bienes, de sus tradiciones, de su fuerza, sino únicamente de la fe que se apoya en la fidelidad del amor de Dios por nosotros. Juan repropone de alguna manera el único mandamiento del amor a Dios, tal claramente manifestado en Jesús, y al prójimo: "Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros según el mandamiento que nos dio". Esta relación de confianza total nos permite dirigirnos a Dios como los hijos de dirigen al Padre, con la seguridad de que obtendremos lo que pedimos. Y por nuestra parte viviremos como a él le gusta. El apóstol resume de este modo la vida del creyente: confiar en Jesús, estar en comunión con él a través del Espíritu que hemos recibido, y amarnos unos a otros como Jesús nos enseñó.
ie cose, non importa se per esaltarsi o per colpevolizzarsi. La conclusione è la stessa: porre al centro il proprio io. L’egoismo non rende più sicuri. Al contrario, rende il cuore più instabile, più soggetto all’istinto, ai sentimenti. Lo diceva bene il profeta Geremia: “Niente è più infido del cuore e difficilmente guarisce! Chi lo può conoscere? Io, il Signore, scruto la mente e saggio i cuori…” (17,9-10). L’apostolo invita perciò ad alzare lo sguardo verso Dio per vedere quanto il suo cuore è più largo del nostro. Del resto, l’intera storia della salvezza manifesta la grandezza e la generosità dell’amore di Dio che si è chinato sin nel più basso degli uomini per salvarci. Giovanni ricorda che in questo amore si fonda la nostra sicurezza. La stabilità del cristiano non è data infatti dalla sua bravura, dai suoi averi, dalle sue tradizioni, dalle sue capacità, dalla forza, ma solo dalla fede che poggia appunto sulla fedeltà dell’amore di Dio per noi. Giovanni ripropone in un certo senso l’unico comandamento dell’amore di Dio, manifestatosi così chiaramente in Gesù, e del prossimo: “Questo è il suo comandamento: che crediamo nel nome del Figlio suo Gesù Cristo e ci amiamo gli uni gli altri, secondo il precetto che ci ha da”. Questo rapporto di fiducia totale ci permette di rivolgerci a Dio come i figli si rivolgono al Padre, certi che otterremo quel che chiediamo. E da parte nostra vivremo come a lui piace. L’apostolo riassume così la vita del credente: affidarsi a Gesù, essere in comunione con lui attraverso lo Spirito che ci è stato donato, e amarsi gli uni gli altri come Gesù ci ha insegnato.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.